viernes, 8 de marzo de 2013

LOLA

Hoy ha sido el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y yo me he acordado de Lola. Uno de esos días para recordar algo que nunca debemos dejar de olvidar. Para que nunca dejemos de pensar en las mujeres como Lola. Lola ni siquiera sabe lo que se celebra hoy, nunca lo supo, a pesar de trabajar todos los días de su vida desde el alba hasta el ocaso de cada jornada.   

Lola vino al mundo en 1940, en la cruel España de la posguerra negra. Nació en un pequeño pueblo de las montañas lucenses. De esos pueblos tan chicos que ni siquiera salen en los mapas. Sus padres trabajaban el campo de sol a sol. Lola y sus hermanos pronto harían lo propio. Siete hermanos, como siete soles de una galaxia. Siempre juntos, siempre unidos, hasta que la desaparición de Virtudes, una de las estrellas que más resplandecía, dejo un poco más oscuro su particular universo. Lola apenas tuvo estudios. Lo básico. Leer, escribir, y las más elementales matemáticas. Pequeñas herramientas para desenvolverse por una vida dura pero siempre animosa.

Lola se casó, y para poder formar su propia familia y vivir su propia vida, tuvo que emigrar con su marido, como hicieron tantos compatriotas suyos. Se fueron a Venezuela, a trabajar a destajo. A ese país que estos días miramos desde la distancia y la ignorancia buscando cargarnos de razones en uno de los episodios más maniqueístas que recuerdo en mucho tiempo, como si todo hubiera de ser o blanco o negro y no pudiéramos ser capaces de comprender los matices. En ese país Lola parió por vez primera, en el barrio de Sabana Grande de la ciudad de Caracas. Una niña llamada Isabel, hoy una brillante abogada en Ponferrada, además de abnegada esposa y cariñosa madre. Volvió a España y en Lugo tuvo su segunda hija, Marta, discreta ama de casa que renunció a su carrera profesional en favor del confort del hogar, la familia, y la tranquilidad de la vida rural en un pequeño pueblo berciano al lado de su hombre y sus hijos. Años después, Lola ya asentada definitivamente en Ponferrada volvió a dar vida por tercera y última vez. En esta ocasión un varón. Un bala perdida, buscavidas sin oficio ni beneficio que con casi cuatro décadas de vida aún trata de encontrar su lugar en el mundo.   

Y Lola sacó adelante a esos tres hijos a los que amó como sólo se ama con el amor verdadero de una madre. Y siguió trabajando de la única manera que sabía. Desde que sonaba el despertador hasta que había acabado todas y cada una de sus tareas diarias. Y ese despertador sonaba todas las mañanas, fuera igual lunes que domingo, pues Lola nunca conoció en su vida el significado de la palabra vacaciones. Ni tampoco supo de días libres, o jornadas de asueto. A las siete de la mañana de cada día de cada mes de cada año Lola se levantaba para trabajar en el pequeño negocio que había abierto con su marido. Un pequeño bar plagado de abrupta clientela que se llenaba de humo, alcohol, café, y más juramentos, maldiciones y defecaciones verbales que en cualquier pelea de gallos organizada en Ciudad Juarez. Y allí Lola se dejaba la vida y los jirones del alma para ganar ese dinero con el que sacar adelante una familia a la que no dejaba de atender en ningún momento, vaya a usted a saber como era capaz de compaginar el tiempo. Y al final de la noche, Lola, molida y apaleada por los golpes diarios de la vida, se acostaba a la hora que podía, ya fueran las doce, la una, o las dos de la mañana. Y al día siguiente, vuelta a empezar, a abrir un negocio que permanecía abierto 16 horas seguidas, pues había tres bocas que alimentar. Y en medio de esas 16 horas preparar desayuno, comida, merienda y cena para todos. Y en medio de esas 16 horas lavar la ropa de los cinco miembros de la familia. Y en medio de esas 16 horas limpiar la casa y limpiar el bar. Y en medio de esas 16 horas visitar a sus padres y sus hermanas. Y en medio de esas 16 horas, en definitiva, vivir la vida que le había tocado sin una mínima queja y sin el menor reproche. Y así Lola, a veces enferma, callaba y seguía trabajando. Sin saber ni por asomo que pudiera haber un día como el de hoy, dedicado a todas las mujeres como ella. Si acaso las hubiera, porque después de conocerla dudo de que haya nadie como Lola

Lola tiene ahora 72 años. Vendió el negocio cuando las fuerzas que le quedan tuvo que guardarlas para cuidar de un marido cuya vida ya no es vida más allá de un caparazón físico. Un esposo que jamás hizo daño a nadie y ahora se ve condenado a padecer una existencia que no merece. Y Lola pasa los días cuidando de él, manteniendo la fe, rezando, visitando a su hermana Mercedes, recibiendo la visita de sus hijas, sus yernos, y sus nietos. Esperando las esporádicas llegadas de su hijo, ese bala perdida del que les hablé que ahora está a casi 400 kilómetros de Lola… 

…ese bala perdida, quizás ya lo hayan adivinado, soy yo. Y todos los días me acuerdo de Lola, y la fuerza de su recuerdo hace que a veces, en las situaciones más insospechadas, broten de mis ojos las lágrimas evocando simplemente cualquiera de los muchos momentos vividos a su lado. Cuando en las muy pocas ocasiones que tenía tiempo libre me llevaba a visitar la feria en las fiestas de La Encina, y me dejaba beber vino quinado en el que mojábamos barquillos. Cuando me llevaba al circo y nunca nos quedábamos al final porque tenía que volver al bar o a la casa, que al fin y al cabo lo mismo era, a seguir trabajando. Cuando muy de niño rezábamos juntos, y yo le confesaba que no quería morir, y ella me decía que no moríamos nunca puesto que existe la vida eterna… y aquello, confieso, me asustaba más, puesto que no podía concebir nada en términos infinitos. Ya ven ustedes, conversaciones metafísicas entre un niño de apenas siete u ocho años, y una mujer que sabía y sabe poco más que leer y escribir. Pero que feliz fui… gracias a Lola.  

Todos los días me acuerdo de Lola… y hoy, en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, escucho esas palabras y me acuerdo más que nunca de Lola… 


"Madre e hijo", Pablo Picasso, 1905.

7 comentarios:

  1. Me he emocionado. Me gustaría saber escribir para dedicarle unas lineas a mi madre a la que perdí injustamente por culpa del maldito cáncer cuando por din se había ganado el derecho a descansar después de toda una vida trabajando para sacar a delante a sus hermanos y luego a sus hijos... Puta vida.
    Un abrazo.

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  2. Vaya Marcos, pues lo siento mucho... escríbele esas líneas igualmente... todo el mundo sabe escribir, escribir no es nada más que plasmar pensamientos y sentimientos, y de eso, creo, todo el mundo tenemos (aunque empiezo a dudarlo en algunos especímenes de nuestra raza humana)... un abrazo muy grande.

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  3. Gracias a ti, por seguir estos humildes escritos...

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  4. Maravilloso hermano. Saludos desde Venezuela

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  5. Maravilloso hermano. Saludos desde Venezuela

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  6. Me siento absolutamente identificado con tus palabras. Emoción a raudales. Muchas gracias.

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