martes, 21 de mayo de 2013

EPÍLOGO


“Lo de que los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su vida, como lo que hacen” (Víctor Hugo, “Los Miserables”)  



La constante exaltación del Yo



Mourinho se va. Lo hace escribiendo su triste y último episodio en la final de Copa del Rey que sirve de perfecto epílogo a lo que ha significado su paso por los banquillos de nuestro fútbol y en concreto del Real Madrid que le ha pagado religiosamente la friolera de doce millones de euros netos al año, todo por ver engordadas sus vitrinas con una Copa del Rey, una Liga, y una Supercopa de España.    

Mourinho se va cumpliendo sobradamente las expectativas en torno a su mediático y excesivo personaje, superando ampliamente el ámbito futbolístico del que jamás debiera haber salido. De hecho podría decirse que el fútbol es el terreno en el que menos se ha movido. Hasta que punto él mismo ha sido el culpable de todo el ruido generado a su alrededor, o ha sido eso tan abstracto del “entorno”, es algo sobre lo que albergo la suposición de que todo el mundo maneja su propia opinión. No obstante la figura del personaje tratado en esta entrada es realmente suculenta a la hora de abordar ciertos temas podríamos decir casi sociológicos.

Para empezar asombra como una figura tan simple (y que no se me enfade su enorme e infatigable legión de admiradores) es capaz de generar tantas noticias, acaparar tanta atención, y recibir tantos focos. Hablamos, nadie lo olvide, de lo que no deja de ser un entrenador de fútbol, por mucha dimensión que se le quiera dar a un asunto que no tiene mayor trascendencia. No hablamos de ningún genio de las artes, ni de ningún científico que nos trae bajo el brazo el mayor descubrimiento de los últimos tiempos, ni de ningún filósofo o pensador revolucionario capaz de guiar a una humanidad desnortada. Ni siquiera hablamos de ningún maldito líder político. Sólo un entrenador de fútbol. Para ser más justos, un magnífico entrenador de fútbol, como atestigua su carrera y palmares.    

Cuesta entonces comprender como una figura reservada a un ámbito tan exclusivo y concreto, el de los campos de fútbol, se convierte en constante objeto de debate y personificación de diversas obsesiones, a favor y en contra, sin apenas término medio. Aquello donde Aristóteles nos advirtió que se alojaba la virtud, el equilibrio, no existe cuando el protagonista se llama José Mourinho. Quizás es que alguien que parece empeñado en tomarse la vida como un constante llamamiento a las armas no puede ser considerado de otra manera, pero si echamos una mirada sobre lo que algunos consideran una personalidad subyugante, vemos la facilidad de sus trampas y manipulaciones para convertirse en ese “special one” que proclamó a los cuatro vientos ser en uno de los más impúdicos actos de egocentrismo deportivo que podemos recordar, todo ello además en la mismísima tierra donde este juego nació, en principio bajo los valores deportivos y de caballerosidad en el país de los “sires”. 

La abyección del comportamiento de Mourinho parece indicar en un principio que nos encontramos ante un personaje acomplejado. Por ello necesita imperiosamente la necesidad de reivindicarse constantemente a si mismo. No es sólo satisfacer su inabarcable ego, si no también alimentar una autoestima que quizás no esté tan fortalecida como quiere demostrar ante el gran público. Ese mismo motivo le lleva a buscar en todo momento enemigos. Convertida la vida en un campo de batalla donde tener siempre alguien a quien enfrentarse, Mourinho esquiva así enfrentarse ante el espejo de su debilidad, es decir, encontrarse consigo mismo. De este modo, mientras reparte estopa a diestro y siniestro (rivales, compañeros, periodistas, jugadores, ex –jugadores, árbitros, calendario y hasta UNICEF si se pone por delante), el propio enfrentamiento consigo mismo con la lógica carga de autocrítica que ello supondría no llega nunca a tener lugar. La culpa siempre será de algún elemento externo. Este victimismo es absolutamente clave para comprender la influencia del personaje en sectores muy concretos de la población. El victimismo es un arma que manejada hábilmente granjea incontables adhesiones. En política se sabe bien. Y más concretamente en política nacionalista. Cierren las fronteras, atrinchérense alrededor del líder. Nadie nos quiere. Nos desean el mal. Es hora de levantar las armas y luchar. Premisas que sirven para comprender como a lo largo de la historia han sido numerosos los sujetos de inteligencia limitada que sin embargo a través de un grosero comportamiento e incendiario verbo han logrado tener enfervorizadas masas detrás suyo siguiendo sus consignas a pies juntillas sin la mínima capacidad de análisis. El líder victimista además de sugerir que todo sucede por una campaña orquestada en su contra y en la de los suyos se ofrece como único salvador posible y parapeto frente a todas las injusticias. Por ello es capaz de dar lecciones de, en este caso madridismo, aún a pesar de ser un recién llegado y de incluso haber trabajado para el eterno rival anteriormente.

En muchos sentidos podría resultar hasta comprensible la fascinación que es capaz de ejercer un personaje como José Mourinho. Se nos presenta como un gamberro dionisiaco cercano al Mr. Hyde que todos llevamos dentro. Un rebelde. Un inconformista. Un tipo que no le gusta respetar normas ni convenciones. Un ser puramente libre… el problema es que todos estos argumentos se vienen abajo cuando uno analiza seriamente la realidad del personaje. Y esta realidad nos habla de un millonario privilegiado que lo ha ganado todo y tiene la inmensa fortuna de poder vivir de lo que le gusta. Un entrenador caprichoso y consentido que rompe contratos a su conveniencia, un niño mimado al que le han dado todo lo que ha pedido, incluyendo la cabeza de alguno de esos enemigos que él mismo ha creado en bandeja de plata si era menester. Es entonces cuando a uno se le caen todos los argumentos y se da cuenta de que hay gente a la que no merece la pena reírles las gracias ni bailarles el agua, y decide guardar su admiración y respeto para quien de verdad lucha desde la adversidad, no desde la cúspide de la pirámide.  

Mourinho se va, finalmente, siendo fiel, y esto hay que reconocérselo, a su “modus operandi”. Una vez más no cumple su contrato y mantiene su media de tres o dos años en la misma empresa, esa a la que no tuvo reparos ni vergüenza en jurarle amor eterno y erigirse como el líder mesiánico que estaban esperando. Se va dejando tierra quemada sobre la que tardará en crecer la hierba, dejando señalados a algunos de los mejores profesionales que el Real Madrid ha tenido en mucho tiempo (Casillas, Ramos…) Vino haciendo ruido y se va a lomos de un trueno, autoexpulsándose en una final y faltando al respeto a la institución que en 1920 otorgó a la empresa que le ha pagado 12 millones de euros al año el nombre de Real. Manejando los presupuestos más altos jamás conocidos por este club y con la mayor libertad que jamás haya tenido un técnico, compaginando esa labor con la de general manager por primera vez en la historia del Real Madrid y como condición indispensable para no haber abandonado la nave blanca aún antes… todo ello para haber obtenido en tres años las mismas ligas que su odiado Valdano o que Schuster, las mismas copas del rey que Benito Floro o las mismas supercopas que Carlos Queiroz. En ese lugar de “leyenda blanca de los banquillos” se va a instalar la historia de José Mourinho en el Real Madrid, mal que le pese a su ejército de fanáticos, empeñados en manipular la tozuda realidad.    

Por encima de él permanece incólume el mandatario que permitió todo esta afrenta al sentido común, un Florentino Pérez cada vez más nocivo para el Real Madrid y para el fútbol en general… pero esa es otra historia. 


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