jueves, 12 de septiembre de 2013

RELAX, DON'T DO IT, WHEN YOU WANT TO GO...



"Me da iguaaaaaaal... ¡me encanta!"



El espantoso ridículo protagonizado por nuestra candidatura olímpica y etílica (buena fiesta la que se metieron en el avión la última parte de la grandísima y costosa expedición que entre todos hemos pagado) durante el pasado fin de semana en Buenos Aires deja al aire varias y relucientes vergüenzas de gran parte de nuestra clase política, de esa casta que dirige nuestros destinos, que nos lleva por aquí y por allá, nos recorta por un sitio y por el otro, o nos exprime de cualquier manera posible.   

La ínclita Ana Botella ha sido objeto de gran parte de las burlas de la despechada ciudadanía, la cual, por decirlo de un modo suave, está hasta los cojones de tanto mamoneo. Poco peaje me parece el de aguantar unos chistes para quien es alcaldesa de una de las principales ciudades europeas y hasta el año pasado recibía un sueldo de más de 94000 euros anuales sin haberse presentado nunca a unas elecciones. En efecto, la imagen paleta y chusquera de la primera dama madrileña ha sido más propia de la arrabalera protagonista de alguna de esas películas españolas que tanto detestan los votantes de su partido que de la de quien debiera ser una de las figuras más relevantes de nuestro país y de parte de Europa debido al importante cargo que ocupa. Y ahí han estado rápidos y al quite sus palmeros. No saber hablar inglés no importa, alegan. Como si el no dominar el idioma más importante del mundo fuese una cuestión baladí y sin importancia para el alcalde de una capital europea. Supongo que tampoco importa si no sabe colocar un país en el mapa, si no logra distinguir un Velázquez de un Murillo, si no conoce la historia de la ciudad de la que es mandataria, o si directamente no ha abierto un libro en su puñetera vida. ¿Qué importa eso para ser una buena alcaldesa?, ¿qué más da el ridículo al que nos pueda arrastrar a toda una ciudad y a todo un país?  

Vivimos inmersos en una devastadora crisis, esa que nos hace ir todo el día con la laca y una estaca a cuestas (“con laca estaca yendo”, nos dicen), una crisis cuyo análisis más superficial (pero en absoluto incorrecto) nos indica como la voracidad de los mercados y el capitalismo desaforado (y volvemos a repetir el viejo pensamiento de tantos pensadores y filósofos, el capitalismo en si no es un problema, el problema son los excesos de ese capitalismo) han tensado la cuerda y roto el pacto no escrito según el cual los trabajadores dábamos una cantidad de horas de nuestra vida y nuestro trabajo a cambio de una existencia más o menos digna, con una cierta calidad de vida, y una serie de servicios sociales a nuestra disposición, de los cuales poder disponer independientemente de las posibilidades materiales de cada uno, ya que no sólo es que no todos seamos ricos… si no que cruelmente la existencia de ricos (o peor aún, los hoy llamados “super ricos”) implica necesariamente la existencia de pobres (y por supuesto, de “super pobres”) 

Pero debajo de esa crisis a la que nos ha llevado la ambición desmedida de quienes no ven a la humanidad más que como un banco de pruebas, una mesa de laboratorio, o un ejército de cobayas, se halla otra crisis igualmente profunda y manifiesta. Una crisis de valores de todo tipo, morales, éticos, humanos… una falta de exigencia propia y ajena y un desalojo absoluto de pudor y vergüenza. Todo vale. Barra libre. Ya hemos comentado en alguna ocasión por aquí la“trampa” de la incorrección política que sirve para disfrazar los malos modales, la pésima educación, y el ataque a todas las normas de civismo y convivencia. Incorrección política también es permitir que nuestros líderes vivan desprovistos de los citados valores y de la exigible educación y preparación para sus cargos. Y eso, como decimos, es también una crisis. Les consentimos todo, y ellos, inútiles e incapaces de luchar por nuestros derechos (muy al contrario, se bajan los pantalones y su trabajo es una constante felación a poderes aún mayores, esperando futuras recompensas que obtendrán una vez que hayan exprimido hasta nuestras últimas gotas de sangre y sudor), ni siquiera son capaces de aprender inglés para manejarse por el mundo, ya que es mucho más interesante para sus cargos pasar el día en la peluquería. Y se lo seguiremos consintiendo. Y les seguiremos votando. 

Esta es la auténtica tragedia. La de en menos de tres décadas pasar de tener una gigantesca figura intelectual como alcalde, profesor de universidad en Estados Unidos, y autor de medio centenar de obras literarias de pensamiento y ensayo, a ver como se apoltrona una señora no elegida por nadie y cuyo mayor mérito es ser la esposa de José Maria Aznar. No cabe mayor degradación para la que antaño fue una ciudad orgullosa de su riqueza cultural y de su bulliciosa vida social como Madrid. Y lo peor es que nos da igual.  


Cuando los alcaldes escribían...




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