jueves, 28 de febrero de 2013

NADAR HACIA LA CATARATA

Hoy les traigo una eyaculación muy especial. Un esperma literario de incalculable valor vitalista y aventurero, al menos para mí. Es un artículo en el que rindo homenaje a una de mis películas favoritas, "El hombre que pudo reinar", la adaptación del texto de Rudyard Kipling que John Huston llevó a la pantalla en 1975. El artículo también es muy especial porque fue publicado originalmente en La Secta Violeta, publicación que siguiendo las coordenadas del mítico Ansia de Color se erige como uno de los fanzines más excitantes, vanguardistas y modernistas de la escena pop nacional. De modo que desde aquí quisiera mandar un afectuoso saludo a todos los pobladores de la Isla de Thule, con los sumos sacerdotes Los Negativos a la cabeza, por tantas cosas compartidas.

Nunca he podido describir completamente el gozo que me produce cada visionado de esta película (aunque nunca como la primera vez), el afan optimista, vitalista y bravucón que se desprende de la cinta. Una auténtica aventura, como también fue una pequeña aventura y un inmenso placer la confección de este artículo, hace cosa de unos dos años. Aprovechando que al parecer uno de nuestros canales, Paramount Channel, estos días anda realizando pases de esta obra maestra, he creído buen momento para regalarles, si tienen a bien en recibirlo, mi particular visión de lo que sin duda es la más grande aventura jamás llevada a una pantalla de cine. Espero que lo disfruten.  



Sic transit gloria mundi

“Nadar hacia la catarata. Historia de la más grande aventura jamás contada, por los siglos de los siglos, el Nivel y la Escuadra, el Hijo de la Viuda, y el Ojo que Todo lo ve”   



Hace unas semanas se pusieron en contacto conmigo desde la Isla de Thule los amigos de la Secta Violeta. Una peligrosa organización secreta basada en los principios estéticos que rigen la cosmogonía universal desde el comienzo de los tiempos para informarme de que estaban preparando una nueva entrega de su conocida publicación simbolista “Ansia de Color”  por si tenía a bien colaborar con ellos en un nuevo intento de llenar este gris y aburrido mundo de un poco de modernismo atroz, vanguardismo decadente y underground empapado en napalm literario. Ante su oferta dije que sí, claro, ya que los hombres de bien jamás nos negamos ante las proposiciones de ninguna secta, y menos si son poseedoras de tantos encantos como la que nos ocupa. 

Mi idea inicial era dedicarle un extenso y jugoso artículo a Michael Caine, resplandeciente icono de la cinematografía británica y a buen seguro actor fetiche de gran parte de los pobladores de la Isla de Thule. No en vano los líderes de la secta fueron quienes cantaron en “Cansados y decaídos” que habían visto en televisión un film de Michael Caine, mientras su impoluta figura de dandy entre la basura caracterizado como Harry Palmer adornaba entre otros iconos y fetiches la hoja interior de esa biblia musical en la que nos invitaban a un viaje rápido y un pic-nic genial. Pero hete aquí que el tiempo, ese incompasible  e invisible Belcebú que nos acecha a diario, se me echó encima con las rotativas de la Isla ya en marcha, y desestimé tamaña y titánica tarea que quizás emprenda cualquier verano entre gin-tonics y daikiris y bajo el cálido abrazo de las palmeras. No obstante había algo que rondaba en mi cabeza desde hacía tiempo y que bien pensé que éste podría ser un estupendo momento para llevarlo a cabo, y es hablarles, amigos míos, de la mayor epopeya humana jamás filmada, de una aventura más grande que la vida misma, hablo, como no puede ser de otro modo, del impresionante relato vital de Peachey Carnehan y Danny Dravot atravesando la India y Pakistán hasta llegar al lejano Kafiristan (lo que hoy sería el Nuristán, en el nordeste de Afganistán), hablo, ya lo habrán imaginado, de “El hombre que pudo reinar”. 

En este relato de Rudyard Kipling, extraordinariamente llevado al cine por John Huston, se dan de la mano tantos elementos sensacionales y grandiosos que el mejunje no puede ser más fantástico, constituyéndose así una aventura de la que decenas de años más tarde no han parado de beber el resto de epopeyas de este tipo, desde A.E.W. Mason hasta, porque no, las geniales películas del arqueólogo aventurero Indiana Jones. Un apasionante relato en el que se entremezclan historias de amistad, aventuras, civilizaciones antiguas, masonería, Imperio Británico, y colonialismo.


Kipling, hombre de palabra.


Pero centrémonos en la adaptación cinematográfica, ya que si hemos llegado hasta aquí ha sido partiendo de la admiración por el trabajo de Sir Maurice Joseph Micklewhite, Jr., ese rubio y disciplinado profesional de la interpretación al que conocemos por Michael Caine. Parecía lógico que un texto como el de Kipling sedujese y obsesionase de cara a vivir una adaptación cinematográfica a alguien como John Huston, uno de esos tipos de los que se puede decir que su vida fue más interesante que su obra, y no es porque su obra no sea interesante, muy al contrario, pero las peripecias y avatares de John Huston constituyen una de esas vidas de las que podemos calificar como una obra maestra. Reconocida su importancia en la historia como cineasta, posiblemente su existencia se hubiera movido igualmente por los mismos derroteros hedonistas fuese cual fuese la disciplina artística a la que se hubiera dedicado. Aventurero, cazador, boxeador, buen bebedor, incorregible mujeriego, su vida fue un perfecto ejemplo de pasión vital y constante “carpe diem”. Aprovecho para recomendar su autobiografía, escrita bajo el simple título de “Memorias” cuando ya superaba los 70 años desde su retiro en Puerto Vallarta, Jalisco. 500 páginas de gozosa experiencia que constituyen para mí la obra cumbre del género autobiográfico publicadas en España por la editorial Espasa. 

No es de extrañar, por tanto, el deseo de llevar este relato a la pantalla para un hombre inquieto y con alma aventurera como Huston, cuya vida fue ya de por si una enorme aventura, y cuyos rodajes se convertían en excusas perfectas para dedicarse a la entrega absoluta hacia sus pasiones y aficiones bien remojadas en alcohol, tal y como retrató Clint Eastwood en “Cazador blanco, corazón negro”, donde el genio de San Francisco interpreta a un trasunto de Huston que aprovecha el rodaje de una de sus películas (“La reina de África”) para emprender la búsqueda de alguna pieza de caza mayor, lo cual le llega a obsesionar como a un moderno Capitán Ahab de tierra firme, y es que no es de extrañar tampoco que “Moby Dick” fuese otra de las novelas favoritas de Huston, una más de las aventuras inmortales que llevó a la pantalla.   


Extraños compañeros de cama: Dennis Hopper, John Ford y John Huston.


La novela de Kipling se convierte pues para Huston en un texto quimérico, un sueño dorado en cuyo guión trabaja durante décadas, y para quienes piensa en primera instancia en nada menos que Humphrey Bogart y Clark Gable para los papeles de Dravot y Carnehan cuando estos dos magníficos actores estaban en plenas facultades. Al ir pasando los años, el deterioro físico y finalmente fallecimiento de estos titanes hizo que por la cabeza de Huston fueran pasando otros candidatos a interpretar a los dos granujas masones que protagonizan el relato de Kipling, siempre bajo el condicionante de que se tratasen de dos grandes estrellas, valorizando así el concepto de “buddy movie” tan familiar hoy día, y que cuando Huston finalmente rueda esta película está en un momento de apogeo y plenamente de moda gracias a la pareja Newman-Redford, quienes habían arrasado en las taquillas de medio mundo, conquistado a la crítica, derretido a las señoras, y creado un certero modelo de masculinidad en las célebres “Dos hombres y un destino” y “El golpe”, ambas del malogrado e infravalorado George Roy Hill, quien luego repetiría solamente con Newman en la espléndida “El castañazo” (película injustamente considerada menor, como un simple divertimento cómico, cuando en realidad encierra sabiduría a paladas). Por lo tanto, después de que se barajase otra pareja brutal para el proyecto como eran Burt Lancaster y Kirk Douglas, y ya entrados en los primeros años 70, parecía claro que la pareja de moda, los dos galanes masculinos que mejor podían transmitir esa química de amistad imperecedera que va más allá de la muerte, esa camaradería capaz de resistir ataques y cañonazos y de esquivar las balas rebosando optimismo vital y el mayor sentido del humor posible ante las adversidades y los peligros, eran precisamente los dos efébicos y cincelados varones rubios de ojos azules que en aquellos años tenían la industria cinematográfica bajo sus pies, Paul Newman y Robert Redford. Sería precisamente Newman en otro ejemplo de lo grandísimo tipo que fue, después de recibir el guión enviado por Huston y de contestarle entusiasmadamente llegando a asegurar que era el mejor guión que nunca había leído, quien acertadamente le dijo al director que debía buscar actores británicos para encarnar a estos orgullosos ex –soldados del British Empire convertidos en buscavidas picarescos con afán de supervivencia e ingenio afilado. Y fue el propio Newman, así lo reconoce Huston en su autobiografía, quien rechazó la gloria de uno de estos papeles y le sugirió al director dos nombres sin duda ideales, dos actores carismáticos y con presencia y estilos inequívocamente británicos: Sean Connery y Michael Caine. Ambos intérpretes tardaron menos de una semana en contestar afirmativamente a Huston y su productor John Foreman. La maquinaria se había puesto en marcha. Daniel Dravot y Peachey Carnehan quedarían para siempre inmortalizados bajo la apariencia del fornido y noble Sean Connery y del astuto y vivaracho Michael Caine. La aventura comenzaba, los nervios, como diría Rimbaud, estaban a punto de zarpar. 


Newman y Redford, efebos en acción.


Así pues, y dos años después de firmar el contrato, dos años en los que su carrera siguió subiendo como la espuma y sus honorarios engordaron considerablemente, Caine y Connery comenzaron a rodar bajo las órdenes de Huston, y como la pareja de caballeros que siempre han sido, mantuvieron las condiciones firmadas esos dos años antes y no exigieron ni un centavo más. 

Sobre la película en sí, y esperando que a estas alturas de la historia de la humanidad ya haya sido vista esta obra por el común de los humanos (y si no lo han hecho, ¿a qué esperan?, corran a verla, conserven estas páginas bajo llave, y luego vuelvan y lean), realmente nos encontramos ante una producción colosal, con ese tono grandilocuente y megalómano de un director cuyo empeño en acometer empresas de este calibre le llevó a emprender como adaptaciones a la gran pantalla ambiciosos proyectos como éste, “Moby Dick”, o, en el colmo de la megalomanía… ¡la mismísima Biblia! Es este un trabajo magníficamente rodado por entero en Marruecos (ya saben como es esto del cine, a veces no se rueda donde se quiere, ni donde se puede), con espectaculares exteriores (es una película que no tiene un solo metro de cinta rodado en estudio) alrededor de los pueblos de la cordillera de los montes Atlas. No quiero destripar la historia y hacer de este artículo un traicionero spoiler a quien no haya tenido la suerte de gozar con este placentero trabajo, pero es necesario, al menos, un breve comentario acerca de su sinopsis. 

La acción arranca una noche en la oficina de Rudyard Kipling, el autor de la historia, y por aquel entonces corresponsal para un periódico británico, el cual acertadamente se convierte en un personaje más dentro de la misma (como queriendo hacernos creer la verosimilitud del fantástico relato, en un viejo truco literario tantas veces utilizado), quien recibe la imprevista e inquietante visita de una extraña figura, un hombre demacrado envuelto en harapos, malherido, prematuramente envejecido, enfermo, y marcado física y anímicamente en todos los aspectos… la visita suplica a Kipling un trago, mientras inquiere al periodista si le recuerda… si es capaz de recordar que allí, en ese despacho de aquel periódico, entre libros, mapas y atlas, empezó todo… que allí fue donde firmaron el contrato… a partir de ahí toda la película es un enorme y largo flashback que comienza por llevarnos a una estación del ferrocarril de la India colonial de finales del siglo XIX, donde vemos a un personaje un tanto desaliñado y sin afeitar, pero con un porte muy digno, sin duda alguna británico, observando a los viajeros que entran y salen, caminan, o sacan billetes de tren… enseguida comprendemos que está a la caza de posibles víctimas a quienes desvalijar… se acerca a un hombrecillo distinguido y bien vestido a quien le sustrae el reloj de su bolsillo, cuando nuestro protagonista hace un aparte para observar la pieza sustraída comprueba que acompañando al reloj hay una especia de amuleto, con un símbolo que le resulta familiar, un compás abierto sobre una escuadra y en medio de ello un ojo… ¡le ha robado a un hermano masón! 


Christopher Plummer como Kipling, Huston, y un irreconocible Michael Caine al comienzo de la película


Es así como se produce el primer encuentro entre Rudyard Kipling y el simpático bribón Peachey Taliaferro Canehan, el mendigo y vagabundo de maneras elegantes y porte altivo que sobrevive robando incautos viajeros entre otros y diversos apaños.  
El caso es que nobleza obliga, y una orden dedicada a la fraternidad entre sus hermanos bajo la atenta mirada del ojo que todo lo ve, no puede consentir el hurto entre sus miembros, de modo que el bueno de Peachey busca desesperadamente entre los viajeros a aquel hombrecillo hasta que finalmente lo encuentra ya montado y acomodado en un vagón. Carnehan está decidido a devolverle el reloj (eso sí, sin que el incauto hermano masón se de cuenta), por lo que no duda en montar en el tren a pesar de que esté se pone en marcha… su intención de meterle el reloj en la chaqueta cuando Kipling parece quedarse dormido no resulta, por lo que Peachey aprovecha vilmente la subida de un hindú gordo provisto de una generosa sandia para acusarle del robo del reloj a la vez que de un puntapié echa al hindú del tren. Los dos hombres, de este modo, comienzan a entablar amistad a través de la conversación y de su filiación masónica, rogándole Peachy a Kipling un favor muy importante, que trastoque la fecha de su viaje de vuelta para coincidir con un amigo suyo al que necesita hacerle llegar un críptico mensaje: ese amigo responde al nombre de Daniel Dravot. 

Kipling accede, quedando patente la fascinación y el impacto que le ha producido el encuentro con aquel locuaz y caradura individuo, fascinación que aumentará todavía más en su encuentro con Dravot, a quien hace llegar el mensaje prometido. En esta cita el periodista descubre el plan de la singular pareja de extorsionar a un rajá haciéndose pasar precisamente por corresponsales del periódico para el que Kipling trabaja, asegurando tener cierta información comprometida. El periodista pone aquello en conocimiento de las autoridades inglesas, no tanto para desbaratarles el plan, si no para protegerlos, temiendo alguna terrible reacción nativa ante el chantaje inglés. 

Así pues, en cierta manera, Rudyard Kipling ya ha unido su destino al de este par de temerarios personajes, los cuales, y de improvisto, se presentan un anochecer en el despacho del corresponsal. Como ya hemos visto en las anteriores apariciones de la pareja (hay una genial escena anterior en la que son conducidos ante el gobernador cuando Kipling ha dado aviso de sus intenciones para con el rajá, en la que advertimos ya la naturaleza vital, bufonesca y desenfadada de esta pareja, así como su estoica y en cierta manera nihilista actitud ante la vida), ambos personajes destilan un rebosante optimismo y se muestran de un espléndido humor. Han acudido a ver a su hermano Kipling para que les asesore en un fantástico viaje que piensan emprender, y para que además sea testigo y notario de un sorprendente contrato, un pacto entre caballeros en el que se comprometen a no probar alcohol ni tener ningún contacto carnal con mujer alguna durante toda su aventura hasta que consigan su objetivo, contrato el cual es firmado por ambos aventureros y por un atónito Kipling como testigo. El objetivo del que hablan, el propósito de la aventura, no es otro que llegar hasta el reino perdido de Kafiristan, un terreno inhóspito e inexplorado poblado por tribus hostiles y guerreras que tienen 32 reyes. Su objetivo es ser los reyes 33 y 34. Para ello irán, primero, luchando con algunos pueblos, sometiéndoles, posteriormente entrenándoles para luchar con el resto de pueblos a cambio de librarles de sus enemigos, para luego establecer alianzas entre los distintos pueblos, y finalmente, tenerlos a todos ellos bajo su dominio y mandato. 


A Kipling pongo por testigo...


Rudyard tendrá además el privilegio de ver al día siguiente el comienzo de su aventura, disfrazados de un sacerdote lunático (geniales momentos de Connery) y su sirviente (algo que caracterizará la relación de ambos personajes durante toda la película... Caine siempre accederá a un rol secundario, moviendo los hilos en la sombra, mientras que Connery ejercerá ante los demás una condición impostada de líder), formarán parte de una caravana que emprende camino en dirección a tierras afganas, hacia Kabul, ya que un sacerdote loco puede traer buena suerte, según los supersticiosos hindúes... pero enseguida tendrán que continuar solos cuando los caminos se bifurcan hacia Kafiristan. Con sus camellos y armados con 20 rifles prosiguen el camino, estando a punto de quedarse atrapados bajo una nevada glaciar ante un paso montañoso cortado. Cuando creen que ha llegado el fin de sus días y los dos viejos camaradas rememoran sus andanzas militares y antiguas aventuras, un alud provocado precisamente por las risotadas de los dos hombres que piensan que van a morir forma un camino nevado porque el pueden continuar hacia su objetivo. Paradójicamente es precisamente su actitud nihilista ante la vida y la muerte, su estoicismo ante su posible final, lo que les salva la vida. 

Superadas las nevadas comienzan a divisar las tierras perseguidas... así establecen un primer contacto visual con la población kafir. Apostados tras unos matorrales, ven a unos nativos en actitud pacífica en el río, que de repente son atacados por un pueblo enemigo. Es una gran oportunidad para ellos, de modo que sacan sus rifles Martini y comienzan a disparar a los atacantes que van cayendo uno a uno ante la extrañeza jubilosa de los nativos. Lo han conseguido, ya han aparecido como unos héroes salvadores ante el primero de los pueblos visitados del Kafiristan. No obstante cuando intentan llegar a la fortaleza del poblado cuyos habitantes han salvado, son recibidos a base de flechas por los asustados pobladores. Intentan conversar con ellos desde la distancia, pero nuestros protagonistas sólo hablan inglés, entonces un curioso personajillo aparece tras una almena hablando en su idioma y les dice que saldrá a recibirles. Se trata de un gurka que ha servido a las filas británicas y se hace llamar Billy Fish. Este personaje será crucial en el desarrollo posterior de la aventura, se convierte en su traductor e interprete ante los pueblos que irán conociendo, así como confidente y en ocasiones consejero. Dravot y Carnehan, orgullosos ante su primer triunfo, se presentan ante el jefe del pueblo, quien pregunta si son dioses, a lo que contestan "¡Somos ingleses, que es casi lo mismo!", pero pronto se dan cuenta de que les conviene aprovecharse de la superstición e ignorancia de aquellas pobres gentes, por lo que, a través en todo momento de Billy Fish y con su complicidad, no tienen reparos en afirmar que han caído del cielo para librar a aquel pueblo de sus enemigos. Así comienzan a entrenar a los hombres del poblado para la guerra, es el comienzo de su ejército, de su imperio, de su reinado. 


Con el traje de los domingos.

Tras unos días de instrucción militar y entrenamiento, tratados con mucho humor por parte de Huston, deciden que están listos para la batalla. Por lo tanto se dirigen hacia el pueblo enemigo dispuestos a tomarlo y someterlo, ya que con la estrategia militar de Carnehan, y provistos de armas de fuego las posibilidades de victoria son claras.   

Aquí tiene lugar otro detalle humorístico antropológico por parte de Huston, cuando ambos bandos están frente a frente, separados por unos cuantos metros de tierra y dispuestos a entrar en combate, Dravot y Carnehan observan atónitos como ambos ejércitos se postran al suelo ante el paso de unos monjes ataviados con túnicas blancas que caminan con los ojos cerrados guiados por un niño con una campana... son los hombres santos de Sikandergul (personajes fundamentales como luego veremos), que caminan con los ojos cerrados para no ver el mal del mundo... a su paso no se puede entrar en combate, una vez que han pasado por la línea que divide a ambos ejércitos, comienzan los alaridos, gritos, y toda la locura de la guerra. 

Carnehan, buen estratega, ha colocado una línea de infantería armada con rifles, que comienza a disparar con éxito ante el avance del ejército rival, que poco puede hacer con sus rudimentarios arcos y flechas ante las armas de fuego. Dravot, a caballo, espera con otro puñado de hombres para entrar en acción a espada cuando el ejército rival esté diezmado por el fuego, pero cegado y envalentonado ante la batalla y poseído por un inconsciente ardor guerrero, el inglés decide no esperar y entra en combate a lomos de su caballo seguido por sus hombres. Así en medio de la refriega recibe el disparo de una flecha que se clava en la badana de su pecho sin provocarle herida, por lo que sigue luchando con fiereza y derribando enemigos a espada. Pero aquellos hombres, tanto el ejército de Dravot y Carnehan como el enemigo, no comprenden porque aquel hombre con una flecha sobre su pecho no cae derribado y sigue luchando, por lo que todos, aliados y enemigos, se postran ante él como ante un Dios. El incidente de la flecha (de la que Daniel ya no se desprenderá y llevará siempre consigo como un símbolo de autoridad) es otra jugada maestra del destino, que pone en bandeja de nuestros personajes la posibilidad de seguir aumentando su poder entre aquellas gentes... tanto es así que entre los habitantes comienza a cobrar forma la idea de que Dravot es en realidad el hijo de Sikander (en realidad Alejandro Magno, quien se cuenta que sus tropas pasaron por Kafiristan en su camino hacia la India, y de hecho hay teorías que afirman que los habitantes del antiguo Kafiristan, hoy Nuristan, son descendientes directos de los soldados de Alejandro, ya que son de pigmentación blanca, fisonomía europea, y el color de sus ojos predominante es azul y verde) 

La película va avanzando, y a través de breves elipsis Carnehan sigue narrando como la pareja de aventureros masones fueron sometiendo poco a poco al resto de los pueblos kafirs, obligándolos a establecer alianzas entre ellos y formar parte de un ejército común. Finalmente las andanzas y hechos de los dos hombres llegan a oídos de Sikandergul, la ciudad sagrada de Sikander, y a su máximo sacerdote, quien pide por medio de un mensajero a Dravot que acuda a visitarle a su templo, ante la posibilidad de que realmente sea el auténtico hijo de Sikander, quien prometió que mandaría a su vástago de vuelta a aquellas tierras. Daniel acude con Peachey, acompañados ambos de su inseparable Billy Fish. Allí el sacerdote exige una prueba para comprobar si se encuentra realmente ante un dios o un hombre, por lo tanto coloca a Dravot ante el templo, y frente a él vemos a un arquero dispuesto a dispararle. Esta vez Dravot no lleva ni chaleco con badana ni nada que le pueda salvar, por lo que si la flecha le alcanza será herido mortalmente, sangrará, y esa sangre humana demostrará que no es ningún dios si no simplemente un hombre, un soldado, un guerrero. Peachey al observar el peligro que se cierne sobre su compañero se abalanza sobre el arquero para salvar la vida de su amigo, provocando la reacción de los habitantes del templo quienes comienzan a sujetar y zarandear con aviesas intenciones a aquellos hombres que parecen impostores y no ninguna clase de dioses. Entonces los aventureros sufren otro golpe de suerte, en pleno zarandeo a Dravot le desgarran la camisa, y sobre su cuello se ve un colgante regalo del hermano Kipling justo antes de emprender el viaje hacia Kafiristan... es el símbolo masón al que nos referimos antes en el episodio de la estación de tren. Ante esa visión el sumo sacerdote ordena atajar el intento de linchamiento, abraza a Dravot y descubre una gran piedra bajo la atenta mirada de la gigantesca mirada de una imponente estatua del  dios Imra (el ancestral dios supremos kafir) en la que aparece el mismo símbolo… símbolo dejado hace siglos tras el paso de Alejandro por tierras kafires. 


Dravot y el ojo masónico. Felices coincidencias.


Ya no hay duda para los habitantes de Kafiristan, Daniel Dravot no es un hombre, es el legítimo y auténtico sucesor de Sikander, quien ha vuelto a aquella tierra santa para estar con sus súbditos. El sacerdote conduce a Dravot, Carnehan y Billy Fish a una cámara dentro del templo donde guardan un imponente tesoro custodiado celosamente por sacerdotes y monjes durante siglos. Es el tesoro de Sikander, una colección de joyas, monedas y utensilios de incalculable valor bañados en oro puro que harían sin duda a Daniel y a Peachey los hombres más ricos de Inglaterra, y posiblemente de toda la faz de la tierra, incluso dejando una parte al fiel y leal Billy Fish, quien ha sabido mantener el secreto de la naturaleza humana de Dravot. Como hijo de Sikander, Dravot puede hacer con el tesoro lo que plazca, incluyendo, claro está, llevárselo consigo. Por lo tanto los dos granujas comienzan a tramar un plan para llevarse aquel fantástico tesoro a Inglaterra, una vez haya pasado el invierno y puedan tener un retorno exitoso por el duro continente asiático.

Así van pasando las semanas y meses, con Dravot convertido en Dios y rey, legislador y juez, y Carnehan su consejero, pero siempre subordinado a él. Paulatinamente vemos como Daniel Dravot cada vez va metiéndose más y más en la piel del nuevo Sikander, hasta el punto de comenzar a creer que realmente es un enviado de los dioses, o mejor aún, un dios propiamente. Queda fascinado terriblemente ante la belleza de una mujer kafir que responde al nombre de Roxanna (interpretada por la esposa de Michael Caine, Shakira, un auténtico bellezón quien en realidad no era actriz, sino modelo, Miss Guyana a mediados de los 60), otra señal del destino, ya que Roxanna era el nombre de la esposa de Alejandro. Por lo tanto Dravot no duda que ha sido precisamente el destino quien ha puesto aquella hermosísima mujer en su camino para que la tome y la haga su reina y engendre con ella sus descendientes, quienes continuarán con la saga de Sikander, ya que Dravot ha decidido que no se marchará de aquel reino con su amigo Peachey, está decidido a quedarse, realmente convencido de que es el legítimo rey de todo aquello. Carnehan trata de hacer entrar en razón a su amigo, pero sin éxito, por lo tanto la decisión de ambos está tomada, Dravot se quedará en Kafiristan y se casará con Roxanna, Peachey se marchará y se llevará cuanto quiera del tesoro. 

Los sacerdotes de Sikandergul no aceptan en absoluto la decisión de Dravot de casarse con Roxanna, ya que al considerar que nuestro amigo inglés es realmente un dios, no puede casarse con una humana, con una mortal. Según la tradición la muchacha se convertiría en fuego y aquello desataría la ira del resto de los dioses, especialmente de Imra, pero Dravot, obstinado y cabezota, afirma que como dios que es lo puede todo, y por lo tanto puede también casarse con una mujer humana, por lo tanto la ceremonia nupcial se llevará a cabo justamente en vísperas de la marcha de Peachey, quien a pesar de discutir con su amigo accede a la petición de ser el padrino del enlace, como último favor y símbolo de amistad y camaradería entre ambos.  

Connery y Caine flanqueando a la preciosa esposa de éste.


Como creo que ya he destripado lo suficiente la película, concluiré esta sinopsis diciendo que la obstinación de Dravot en casarse con aquella mujer desembocará en los terribles acontecimientos que acabarán llevando a Peachey de vuelta a la India con el aspecto casi moribundo al que nos hemos referido al principio, portando además una bolsa cuyo tétrico contenido veremos en el impactante plano final con el que Huston cierra la película: una cabeza humana, prácticamente calavérica, tocada por una corona de oro. La cabeza del hombre que pudo reinar, la cabeza de Daniel Dravot, soldado inglés que llegó a creerse rey y dios de todo un imperio 

Esta es la historia de "El hombre que pudo reinar", película que se asienta sobre todo en el trabajo y la química de Connery y Caine como jamás dos actores principales masculinos han interactuado en la historia del cine, envueltos en las pieles de unos papeles que parecen creados para ellos, como si Kipling cien años antes hubiera imaginado a estos dos colosos capaces de representar a mendigos con ínfulas de reyes cuando escribió este relato. Justo es también reconocer la interpretación de Christopher Plummer en el papel de Rudyard Kipling, presentándose como un periodista vivo y desenfadado, contagiado de la vitalidad y del optimismo de la pareja protagonista, a quienes desde el primer momentos vemos que los contempla con auténtica admiración y fascinación, subyugado ante semejantes personajes ante los que uno no sabe realmente si se encuentra ante dos fantásticos y valerosos héroes o dos rufianes lunáticos e inconscientes cuyo único escrúpulo es la supervivencia. El tratamiento que Huston da a la película es, como hemos apuntado, en muchas ocasiones muy humorístico, pero sin querer aparentar nunca ser una comedia. Si a algún genero pertenece esta obra es al cine de aventuras, y no se puede entender la aventura sin un buen sentido del humor, por eso es fácil reconocer en Connery y Caine a dos claros antecedentes de aventureros "cachondos", como el Michael Douglas de "Tras el corazón verde" o el Harrison Ford de la saga Indiana Jones. Huston desdramatiza las guerras y las batallas, las humaniza, y en cierta manera muestra respeto por estas viejas artes de la guerra casi medievales de pueblos ancestrales que combaten a pie o a caballo, pero siempre cuerpo a cuerpo. Con escenas como la mencionada de los hombres santos de Sikandergul pasando por medio del anticipo de una escena de batalla, o cuando los habitantes de los distintos pueblos que la pareja protagonista va conociendo confiesan que sus enemigos se mean río arriba de ellos para que les lleguen sus orines cuando se bañan, Huston pone una nota absurda sobre las guerras entre pueblos y los presenta casi comos estúpidos hooligans de equipos de fútbol. La película también es interesantísima desde un punto de vista antropológico, con los dos occidentales asistiendo atónitos a algunas bárbaras costumbres de sus nuevos aliados (jugar al polo con la cabeza de sus enemigos, o el incesto por parte de los jefes guerreros como algo normal), pero procuran no juzgarles con severidad y aceptan el lema "otros pueblos, otras culturas". Por otro lado la historia está llena de matices interesantísimos que no pasarán desapercibidos ni dejarán indiferentes a ninguna mente inquieta. La confrontación entre la modernidad de finales del siglo XIX que representan Dravot y Canehan frente a los indómitos pobladores de Kafiristan, una tierra que si ha sido tan enigmática y desconocida a través de los siglos ha sido precisamente por la dificultad que han tenido las dos religiones imperantes, tanto cristianismo como islamismo, de dominarles y acceder a las almas de sus habitantes. También es interesante la relación que establece Kipling de la masonería con la población kafir, quien conoce y venera sus símbolos, ya que se nos insinúa que el mismo Alejandro los introdujo. La interrelación entre religiones y creencias, que acaban siendo las mismas pero con distintos nombres. Y por supuesto la relación de amistad inquebrantable entre los dos protagonistas, sólo enturbiada por las ansias de poder, pero que finalmente prevalece, tanto es así que cuando Dravot reconoce que han llegado a su posible final pide perdón a Carnehan por no haber escuchado sus sabios consejos de abandonar Sikandergul, y el bueno de Peachey le perdona admitiendo que nunca le reprocharía nada y estaría siempre peleando a su lado. Billy Fish se nos presenta en esos terribles momentos como otro soldado fiel y leal que no abandonará a sus amigos, esa entereza nihilista ante una muerte segura que tan bien retrató Peckimpah, por ejemplo, mostrando al "Grupo salvaje" caminando sin miedo hacia el cuartel de Mapache. 

Hay muchas anécdotas referentes al rodaje, que como todos los rodajes de Huston ya fue en si una aventura, pero hay una especialmente deliciosa. El personaje del sumo sacerdote de Sikandergul está interpretado por un vigilante de la zona de 103 años, el debut más tardío sin lugar a dudas de la historia del cine, quien en su ignorancia seguía trabajando por las noches sin saber de que iba aquello del cine, hasta que al ver que se quedaba dormido en varias fases del rodaje descubrieron que había seguido ejerciendo como vigilante. Tuvieron que convencerle de que realmente los emolumentos que iba a percibir compensaban que dejase su trabajo temporalmente, y posiblemente para el resto de sus días. Un anciano inocente que cuando se vio reflejado en la pantalla quedo tan sorprendido ante la fuerza del cine que declaró que sería inmortal para siempre. Aquello era magia para él.    


Desatando la ira de Imra


Quisiera finalizar haciendo un pequeño análisis sobre cine y literatura, ya que estamos hablando de una película basada en un relato de un escritor tan imponente como Kipling. De una manera habitual, y cayendo en cierto esnobismo, se tiende a un tópico bastante poco consistente que a todos les sonará, eso de "está mejor el libro", como admitiendo que la literatura tiene una superioridad intelectual sobre el cine. Nada más lejos de la realidad, el cine es, hasta la fecha, el arte más supremo y completo que existe, ya que es una compilación de diversas disciplinas: literatura, fotografía, música, interpretación dramática, diseño, etc, etc... son muchas y muy diversas las artes individuales que acaban completando el arte total del cine. Pero además es absurdo intentar comparar disciplinas y lenguajes distintos, que se mueven y caminan de manera muy distinta. En este caso el relato de Kipling es un pequeño relato de apenas 40 o 50 páginas, según el formato, que se lee en apenas una hora, pero en cine se transforma en una enorme producción, en algo gigantesco. El texto de Kipling es una pequeña delicia, una joya de buena literatura con una gran historia y unos grandes personajes. La película de Huston es un canto a la vida, al riesgo y a la aventura. Recientemente volví a verla para preparar este artículo, la sensación que me produjo fue la misma que en las anteriores ocasiones, de inmediato me ví poseído por un fantástico sentido del humor, me sentí alegre y optimista, y me mantuve con una enorme sonrisa en la boca durante las aproximadamente dos horas que dura el montaje comercial. Esto es lo que provoca "El hombre que pudo reinar". Recuerdo una estupenda escena de una hermosísima película de John Ford, "Que verde era mi valle", (otra adaptación literaria, por cierto), en la que el pequeño Huw, enfermo en cama, recibe la visita de uno de los personajes que le lleva un regalo para pasar mejor su tiempo de enfermedad. Es un ejemplar de "La isla del tesoro" de Stevenson, y le anima a Huw diciendo que le envidia porque va a leerlo por primera vez. Es lo más acertado que puedo decir para recomendar esta película, envidio a quien aún no la haya visto y vaya a hacerlo por primera vez. Es uno de esos placeres que de vez en cuando se nos regala a nosotros, los hombres. 

Quiero finalizar con unas palabras del propio Huston en su ya mencionado (y que vuelvo a recomendar como la mejor autobiografía que jamás he leído) libro "Memorias", que definen perfectamente el espíritu aventurero de la obra: "La película tiene sus defectos, supongo, pero ¿a quién le importa? Se lanza sin miedo hacia adelante. Nada hacia la catarata" 

Espero que hayan disfrutado la lectura de este artículo como yo con su escritura, rememorando con auténtico placer este milagro explosivo de vitalidad. Sin más, se despide de ustedes este humilde contrabandista de la Isla de Thule... 

PEPE KUBRICK  


Hasta el infinito... ¡y más allá!

10 comentarios:

  1. Pues curiosamente ayer pasaron esta película por TCM y la ví gracias a la lectura previa de este artículo.
    Obviamente no es la primera vez que la pasan ni será la última, pero es de esas películas que nunca había conseguido ver. Ayer al fin pude disfrutarla incluso más, gracias a fijarme en los detalles que mencionas aquí. Así pues, muchas gracias.

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  2. Gracias a ti una vez más por la fidelidad a éste y al blog de las canastas... espero no haberte destripado nada del argumento... esta tarde en El Tirador tenemos repaso a la jornada, en cuanto tenga un rato.

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  3. No, no te preocupes, una buena película va más allá del argumento. Recuerdo un programa de hace años en TVE, era de Garci. Llevava a los amigos para beber whisky y fumar mientras destripaban una pelicula ...a mi me encantaba ver las películas después de que ellos las habían destripado. Estabas atento a cosas que de otra forma te hubieran pasado inadvertidos. Aprendí sobre cine y lo más importante a ver cine... Respecto a la jornada baloncestística...buff, no levanto cabeza.

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  4. Muy grande el programa de Garci, transmitía bohemia, bonhomía y hedonismo... por cierto que un contertulio habitual era Eduardo Torres Dulce, ahora Fiscal General del Estado... Garci sigue con ese formato de programa ahora en Telemadrid, aunque casi nunca lo veo... pero en TVE si que lo disfruté mucho...

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  5. Eduardo Torres Dulce y Juan Manuel de Prada, este último de pedante que resultaba (teniendo en cuenta además su juventud) me caía hasta bien, jajaja. Otros tiempos sin duda con ese plató lleno de humo...

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  6. Ostias/hostias... De Prada, no me acordaba que salía también... la verdad es que aunque se haya convertido en un ultra-católico-conservador a mí me sigue pareciendo un grande y lo respeto mucho... aunque dudo que vuelva a escribir nada tan brutal como "Las máscaras del héroe", para mí la mejor novela española de los últimos 30 años, así de categórico lo digo.

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  7. Ojo, que no tengo nada en contra de J.M. de Prada. Es más, estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dice, con otras no, pero no se puede criticar a nadie por defender sus creencias y argumentarlas. Lo que ocurre es que parecía un "viejo" de 70 años cuando tenía ¿30?. Nunca he leído nada de el, salvo algún que otro artículo. Hace un tiempo vi un programa de cine que tenía en Intereconomía pero nada que ver con el de Garci...

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  8. El programa de Intereconomía es "Lágrimas en la lluvia", no está mal, y pone pelis interesantes (ha puesto "Curse of the demon" de Tourneur... creo que también "Invasion of the body snatchers" en la versión setentera de Kauffman...), aunque luego el debate arriman el ascua a su sardina, pero no está mal... yo es que "picoteo" de todas partes, por eso me jode que haya tanto talibán que va de librepensador y se atreve a decirme que si soy esto o soy lo otro... soy muchas cosas porque leo, veo, y escribo muchas cosas, y no tengo gurús, ni guías ni políticos que me marquen el camino, voy a mi bola... sobre De Prada, ya te digo que me parece un gran novelista, sobre todo en su época Valdemar, y te aseguro que si te atreves con "Las máscaras del héroe" te va a atrapar... es una obra maestra.

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  9. Si, cierto, "Lágrimas en la lluvia" es verdad que esa secuencia de Blade Runner es la favorita de JMdP. Respecto a la novela, la leeré y ya te contaré. Respecto a lo de tu bola...a mí no me engañas, espectador de Intereconomía y del Madrid ...bufff....jajaja es, obviamente es broma, pero sabes que a la gente le gusta etiquetar. Me la suda.
    un saludo.

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  10. ¡Y algunos domingos compro el ABC!... simplemente por el suplemento cultural, me jode decirlo, yo era muy del Babelia, de El País, pero hoy por hoy el del ABC le da mil vueltas... y me jode porque lo que se llamaría "línea editorial" del ABC me da por saco, pero no puedo ser prejuicioso y tengo que ser sincero, y más si hablamos de algo tan sagrado como la literatura...

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