viernes, 19 de febrero de 2016

PECHOS











Observo como una parte de la población masculina de este país se sigue sintiendo intimidada ante el feminismo radical de la exposición de los pechos al aire. La revolución pectoral. La revolución no será televisada, pero será amamantada. 


No es la vulva lo que impone, por mi vulva, por mi vulva, por mi grandísima vulva. Se tolera el sexo vaginal, geometría púbica y poética. La dialéctica del coño, columpio literario rotundo y español, muy español, ¡coño! Mi querido y admirado cosmonauta de las letras, Juan Manuel de Prada, les dedicó todo un libro a los coños en aquellos tiempos juveniles que le saludaban como un nuevo Umbral traspasando un nuevo umbral. Como buen cristiano bendice el coño, flor de vida, luz vaginal, pero los pechos, ¡ay los pechos!, los pechos son otra cosa. Se nos va de los senos. 


Pechos pochos pinchados a pachas. Pinchos de pechos. Pechos panchos. Panchos pechos. Pechos somnolientos entre discos de Los Panchos y Los Pecos. 


El pecho asusta al hombre, con su rotundidad anárquica y voluptuosa. No es la florecilla delicada de la matriz entrepernil. Ese triángulo atrapado entre muslos que no ofrece resistencia. El coño no amenaza.
 

Pero el pecho dispara rabia y fuego. Es el pecho la raza, en todos sus colores, tamaños, extensiones y olores. El pecho leve o el pecho fuerte. El pecho plano o el pecho turgente. El pecho afortunado o el pecho sin suerte.


El pecho asfixia, cual estanquera de Fellini, estrangula los miedos del hombre, le recuerda su pequeñez ante la mujer y la naturaleza. Le retrotrae al nacimiento, al suyo propio y al de la humanidad entera. La venus paleolítica. La Venus de Willendorf, que es todo pechos. Pechos ancestrales. Pechos que se pierden en la noche de los tiempos. Pechos que son la espuma de los días. Pechos que son labios de amanecer. Pechoglicerina y tetalogía de las cosas.  


El pecho es libertad, anarquía, blasfemia y transgresión. El pecho es el tobogán por el que se deslizan los ideales. El pecho es metralleta y martillo. El pecho es la escoba que barre la caspa casposa de la España más rancia, la que se quedó en el coño y se asusta ante el pecho. La que sigue sin ir al cine por miedo a ver una película basada en pechos reales.  Si la Armada Invencible se hubiese formado de pechos, y no de barcos, el sol seguiría sin ponerse en nuestro imperio. 



Nuestro imperio, claro está, de pechos.  


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