viernes, 11 de septiembre de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLVIII): LÍDERES DE UN CALLEJÓN SIN SALIDA

 





Llevo un tiempo acordándome de un acertado artículo de Manuel Vicent en El País titulado “Líderes”. En pocas líneas el genial novelista venía a reconocer una verdad palmaria, que España es un país cojonudo y que menuda suerte la que tenemos quienes hemos nacido en este país en estas últimas décadas de socialdemocracia sepultada la momia fascista de la dictadura franquista cuyos estertores en un alarde generosidad no vista en ningún otro país europeo que haya vivido bajo un totalitarismo hemos dejado convivir con nosotros dando rango de normalidad a lo que es una anomalía. Supongo que es la anomalía de la democracia, la que se quieren cargar en cuanto vuelvan al poder las momias.



Observé en aquel momento que el artículo gustó y se viralizó en los círculos más presuntamente patriotas o patrioteros, de esa derecha desencantada que ha encontrado en Vox su micrófono con ese delirio nazional-católico de valores occidentales, escudo y parapeto ante ese socorrido enemigo de la dictadura “progre” (un calificativo que hace dudar sobre quien es realmente más casposo, si el “progre” en si o quien sigue llamando “progre” a quien huye del viejo y reaccionario ideario que sepultó a España durante décadas) Comprendo que gustase en el sentido de sacar pecho y airear orgullo, un laportiano “al loro que no estamos tan mal”, y precisamente me chocó que muchos defensores del “ley y orden” y volver a política draconianas aplaudiesen un artículo en el que se constataba que España era y es un país en el que la seguridad ciudadana no es un problema prioritario. Desde luego no lo es respecto al desempleo, el recorte en servicios públicos (cuya realidad palmaría la estamos viendo en una sanidad desbordada frente a la pandemia) o el acceso a la vivienda (y aquí la definitiva vuelta de tuerca de la “guerra cultural” importada de Estados Unidos por Steve Bannon... como lo que ha sido un problema evidente que hemos sufrido muchos ciudadanos, el acceso a una vivienda digna, los precios abusivos de los alquileres, la burbuja inmobiliaria, el desamparo del ciudadano ante un bien básico de consumo obligatorio incluso recogido en nuestra actual Constitución de 1978 en el artículo 47... se convierte en todo lo contrario, el problema es la ocupación ilegal, la mafia “okupa”, no el acceso a la vivienda... lo dice Ana Rosa Quintana y esa es la realidad palmaria, la de la prensa amarilla, no la de la crudeza de la calle para quien la quiera pisar y vivir)



En estos meses de coronavirus y malditismo, de empaparnos en nuestra nueva propia leyenda negra, la del peor país en la gestión de la pandemia, me he acordado mucho del artículo de Vicent tan celebrado en su momento. Porque creo que el brillante novelista de ojos claros tenía tanta razón como que es evidente que siendo el nuestro un país tan cojonudo es a la vez un país tan débil. Y esto es lo que deberíamos aprender de esta crisis. De la debilidad de nuestros recursos. Por mucho que tengamos una sanidad estupenda, con una cobertura envidiable y unos profesionales ante los que no cabe si no quitarse el sombrero y reconocer un esfuerzo sobrehumano en todos los meses... por mucho que tengamos una fuerzas de seguridad garantes de que se cumplan las obligatorias leyes que permiten dentro de esa obligatoriedad que podamos vivir en libertad sin pisarnos los unos a los otros... por mucho que tengamos un ejército profesional siempre dispuesto a arrimar el hombro sea para ayudar a apagar un incendio forestal o para ejercer de rastreadores sanitarios ante la covid-19... por mucho que nos sintamos orgullosos de todo ello finalmente nos enfrentamos a la realidad del límite de los recursos. Tanto humanos como materiales. Y ante ello sólo cabe una solución, un camino. Expandir esos límites. Más dinero público, más recursos, más estado.



La pandemia nos debería enseñar que no basta con ser un país seguro, amable, feliz, tranquilo sonriente y soleado. Necesitamos ser un país fuerte. Un país en el que a los sanitarios, médicos o científicos se les valore como es debido para que no tengan que emigrar a otros países donde su sueldo será superior. Un país con un tejido industrial en sectores fundamentales a la hora de afrontar una crisis como esta como son la ciencia y la tecnología. Un país que no dependa del sol, el turismo y la hostelería para mantener su PIB. Un país, en definitiva, con menos patrioterismo sentimental pero con más cerebro y frialdad.  



Porque si es cierto que somos el país con peor gestión ante la pandemia no creo que sea por inutilidad del actual gobierno, del mismo modo que tampoco le reconozco ningún acierto. Creo que con cualesquiares otras siglas en Moncloa estaríamos en las mismas, sencillamente porque los recursos son los mismos. Y eso es lo que nos debería preocupar, ¿cómo permitimos tener un estado tan débil?, ¿de verdad alguien piensa que el futuro está en el individualista “sálvese quien pueda” en vez en de la fuerza de la colectividad?, ¿vamos a seguir pensando que es mejor bajar impuestos o ver con buenos ojos ya no digo el fraude fiscal que es delito si no incluso la evasión de impuestos?, ¿qué tipo de España es la que queremos si no somos capaces de darnos cuenta de que lo que necesitamos son precisamente más servicios públicos?



Creo que deberíamos, y en buena medida creceríamos de ser así, obtener buenas lecciones de esta crisis en esta extraña España del 2020. Una España en la que desde la transición del franquismo a la democracia tenemos por primera vez un gobierno al menos en forma realmente de izquierdas, al cual seguimos esperando los que si creemos en un socialismo de estado. Seguimos esperando porque la realidad es que los presupuestos generales del estado siguen siendo los de Rajoy y Montoro de 2018 y la renovación del Consejo General del Poder Judicial está bloqueada por el PP, pese a que nuestra constitución recoge que su mandato es por cinco años y ya vamos por el séptimo con el actual organigrama. La triste realidad es que este gobierno apenas tiene ningún poder ejecutivo y la presencia de Podemos en Moncloa no es más que un moño que de cuando en vez aparece en televisión. Nos aferramos a pequeños avances como el Ingreso Mínimo Vital o derogaciones de las dos perversas reformas laborales de Zapatero y Rajoy como el despido por baja médica, pero todavía estamos muy lejos de donde estábamos antes de la crisis de 2008, una crisis que una vez más tuvimos que pagar los mismos.



La izquierda en España es experta en desilusionar, lo cual en parte demuestra la buena salud crítica del votante no conformista. Aquel 15-M de 2011 que pedía a gritos una regeneración de la clase política nos trajo al Pablo Iglesias de Galapagar, que, al margen de esa presunta indecencia de nuevo millonario, es poco menos que un florero en la Moncloa.



El panorama resulta todavía más desalentador cuando avanzan imparables e implacables las investigaciones sobre la trama Gurtel, ahora en suculento spin-off de la “Operación Kitchen”. El levantamiento del sumario pone el foco sobre todo un ex-presidente del gobierno como el añorado y entrañable Mariano Rajoy. Como si aquel “M.Rajoy” aparecido tiempo ha en los papeles de Barcenas ofreciera alguna duda. En ese disparate propio de los tres monos japoneses, representados tapándose boca, ojos y oídos hemos vivido. Oír, ver y callar. Es una escena tan tragicómica y obscena que uno no puede evitar recordar al gran Claude Rains en la piel del Capitán Renault en “Casablanca” cuando después de años llevándose mordidas bajo cuerda irrumpe en el bar de Rick silbato en boca para gritar: “¡Qué vergüenza!, ¡en este local se juega!”



Manuel Vicent, como en casi todo, sigue teniendo razón. Somos líderes en muchas cosas. El problema es que nos hemos especializado en ser líderes estampados contra la misma pared, la del callejón sin salida que no nos permite avanzar.



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