sábado, 6 de febrero de 2021

ANATOMIA DE “ANATOMÍA DE UN DANDY”

 





Y llegó el esperado documental sobre la vida de Paco Umbral a las pantallas, y todos con las uñas afiladas para acariciar con nuestras garras las entrañas del mayor hijo de puta de la literatura española. Se lo merece, y allá en esa insoportable ultratumba donde esté tocando los cojones habrá disfrutado por haber vuelto a ser actualidad y compartir espacio en los medios con Pablo Iglesias, Gabriel Rufián, el Rubius o engendros semejantes. Si Paco Umbral es el mayor literato, y esto lo digo con todas las consecuencias, de la segunda mitad del siglo XX en España, es también la mayor paradoja y contradicción, como no puede ser en estos terrenos de las letras, que son las gotas de sangre, que son las gotas de esperma de los eyaculadores de palabras.


Unamuno decía que no era nada sin sus contradicciones. Esa sombra alargada del pensamiento trágico español, capaz de devorar a Ortega y Gasset, no digamos ya Eugenio d'Ors (porque seamos sinceros, a Eugenio d'Ors sólo seguimos leyéndole cuatro fachas de izquierdas como yo), yo no la pude vivir en vivo y en directo. A Umbral le tocó crecer y medrar en esa España de mierda y posguerra, de suciedad proscrita y estraperlo y heridas sin cicatrizar donde la única salida era un cinismo atroz. Pronto a Umbral se le reconoció como descendiente de la genealogía tan absurda como macabra de los Valle Inclán o Gómez de La Serna. Alguien lo dice, no recuerdo quien, en el documental, lo que Gómez de La Serna hacía en un circo (aquellas delirantes charlas subido a un elefante) Umbral lo hacía en la tele. Eso que ganó el hidecabra.


Diseccionar al mayor seccionador de nuestras letras no era tarea fácil, al más impío articulista y novelista que ha dado nuestra literatura. Porque en la inabarcable obra de Umbral, con sus más de 100 novelas y sus incontables artículos de prensa diarios una de mis particulares debilidades es su crueldad respecto a otros grandes escritores españoles. A monstruos como Pío Baroja y Galdós los destripó. Umbral se erigió como una especie de “enfan terrible”, como un insolente Rimbaud, dispuesto a poner en jaque y cuestionar el panteón de ilustres nacionales. Me cuesta perdonarle su inquina a Baroja. En el documental se ve arrojada a su piscina una edición de “El árbol de la ciencia”, en esa época de tan epatante irritable en la que se congratulaba de tirar a la piscina novelas que le desagradaban. Siendo sinceros, es difícil pensar que aquel Umbral sexuagenario arrancase a leer por primera vez las desventuras de Andrés Hurtado, a quien no le bastaba con sufrir el trágico final que le destinó Baroja como para encima acabar flotando sobre aquella piscina del célebre chalet de Umbral en Majadahonda al que en un guiño a la Unión Soviética llamaba la "dacha". Cabe más bien pensar que en otro ejercicio epatante quería demostrar lo que pensaba de un escritor tan rudo y tosco como Baroja, quien siempre reconoció sobre si mismo que carecía de estilo, lo cual, por otro lado, le confería un particular estilo del mismo modo que el desorden es otro tipo de orden.


Estas hijoputeces y cabronadas de Umbral siempre fueron perdonables para todos los que amamos el veneno que nos procuran las letras. Por un lado le alabamos el buen gusto de preferir a Valle Inclán y Juán Ramón Jiménez por delante de Baroja y Galdos, y sobre todo porque a un tío que escribía de esa manera se le perdona todo. Umbral fue un auténtico “juggernaut” en eso que llaman incorrección política, un ejército de demolición masiva a través de una máquina de escribir Olivetti. A ese rebufo se siguen amparando mediocres que buscan medrar únicamente a través del exabrupto y no de cuidar el jardín de la literatura. Umbral venía de esa rama en todo caso oscarwilderiana, en la que la provocación es un arte que merece un mimo y cuidado que muy pocos son capaces de cultivar. Umbral, como Wilde, construyó un personaje, y con eso se ganó a los medios que vieron en él un filón de anécdotas y humoradas más allá de sus 110 novelas publicadas.


El documental dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega me ha gustado tanto como me ha decepcionado. Me ha gustado porque nadie se había acercado a la figura de Umbral con tanto cariño, acierto, y cercanía, pero una cercanía distante, la única que podía ofrecer el individuo... y me ha decepcionado porque hay todavía mucho que remover en esas entrañas, mucho que diseccionar en el estómago de ese resplandeciente (como recién follado, que diría el propio Umbral) rodaballo que era el escritor vallisoletano (aunque nacido en Madrid, Umbral es hijo de las calles y el frío de Valladolid y aquellos periódicos con sus rotativas donde se empezó a envenenar de publicar palabras) Impresiona ese Umbral más cercano, lejano a ese “ser de lejanías” con el que se definió en los últimos años de su vida, que dejó cintas grabadas con su hijo Pincho. Alguna vez leí al respecto sobre aquellas cintas de cassette y como la voz del escritor era totalmente distinta a la opaca voz con la que todos le hemos conocido. Pero nunca lo había podido escuchar, y sinceramente estremece. Puede caber la duda sobre si impostaba la voz con su hijo o lo hacía con el resto de la sociedad. Creo que la respuesta es obvia. Umbral, escritor de milagros, hijo de la posguerra, modernista militante, empeñado en recrear cualquier prodigio que se encontrase ante sus narices, fuese una prostituta meando en cuclillas en un callejón o una tertulia con el presidente del gobierno, nunca se encontró ante prodigio mayor que la existencia de su hijo... y nunca se enfrentó a mayor dolor que el de su pérdida. Dejó aquella herida nunca cicatrizada la mayúscula e inalcanzable obra maestra de “Mortal y rosa” y la máscara definitiva del héroe trágico que le iba a acompañar hasta el fin de sus días.



Escribía líneas atrás que yo no pude vivir a Unamuno en directo. Mi héroe trágico favorito, la pluma existencialista de un país existencialista todo ello por excelencia y con permiso una vez más del pobre Andrés Hurtado al que no le bastó con lo que le hizo Baroja que parece que nos empeñamos en no reconocer en él al personaje existencialista por excelencia de la literatura española. Pero pude vivir a ese Umbral irrestible y dandy, provocador y gamberro, del que para vergüenza generacional queda aquello de “yo vine a hablar de mi libro”. Tanta tinta y sangre derramada para ser recordado por eso daba buena cuenta de un mundo en el que quizás ya no mereciera la pena vivir.



Digo yo, lo cual es decir poco.




2 comentarios:

  1. Greguerías en Café de Artistas del extrarradio.
    Por estos lares, trataron de erigir a Jabois como sucesor de columnista final de contraportada periodística ( sprint continuo frente al estilo Alvite-D.Gistau y el diario As).

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  2. Yaculeitor la lías parda!!!
    En nuestro Balmoral imaginario surge nostálgica hemeroteca recóndita y se condensa en "La orilla de Extramundi" (cornucopia ensemble)".
    Existe un arduo debate "Savoy {sabor a fairy} vs...???
    y aparecen:
    Juan Claudio " Cifu" P. Iturralde Javier de Cambra

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