domingo, 24 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XLI): MAMÁ










Hoy es el cumpleaños de mi madre. No es un cumpleaños cualquiera. Ninguno lo es, claro, porque mi madre no es una madre cualquiera, ¡es la mía! Pero es que además cumple 80 años. Un número tan redondo que nos hacía mucha ilusión poder celebrarlo todos juntos. Ha sido imposible por ustedes ya saben que circunstancia.


Los cumpleaños son una buena medida para ponernos en la situación que nos ha tocado vivir. En un pensamiento a largo plazo, que es el que toca a poco que uno sea persona mediánamente inteligente y sepa apreciar lo que supone toda una vida propia, única y exclusiva y en relación con sus congéneres, estos meses de confinamiento pandémico serán una anécdota en nuestras existencias, una cicatriz que enseñar a nuestros nietos, esas interminables jornadas que nos tocó quedarnos en casa por culpa de un virus desconocido para el que no teníamos remedio. Ergo, por culpa de la naturaleza, la cual de vez en cuando es tan tocapelotas que nos recuerda que está por encima de nosotros los humanos.


No obstante hay una realidad incontestable. Igual que todos los días muere gente, nace gente, y se rasca el sobaco izquierdo gente, todos los días hay gente que cumple años. Esta nimiedad quiere decir que en estos ya más de dos meses de confinamiento hay mucha gente que ha celebrado su cumpleaños. Yo entre ellos. El mío fue el 28 de Abril. Largo te lo fio cuando a finales de Marzo pensaba que podría llegar a festejarlo con una buena juerga rodeado de mis amigos para oficiar que habíamos superado todo esto. A medida que pasaban las semanas mi pensamiento se encaminaba, fíjense, en que simplemente pudiera celebrarlo echarlo una carrerita o una pachanga en una cancha de baloncesto con algún colega de estos trillados que con más de cuatro décadas a la espalda nos ponemos de vez en cuando de corto para darnos de hostias en la zona y exhibir muñeca y tiro exterior en este deporte que es religión llamado baloncesto. Con eso me conformaba.


No pudo ser y la medida del tiempo en base a los cumpleaños ya se encaminó a mi madre, coñe, ¡pero es que llevábamos un año planeándolo toda la familia!, pues sí, era un acontecimiento, y dentro de ese ritual de comidas esporádicas con primos, tíos y demás familia los cuales andamos todos esparcidos por el mundo adelante este año habíamos marcado en el calendario el 80 aniversario de mi madre, la Lola, la mamma. Y no pudo ser. ¿Qué hago?, ¿ me monto en el autobús de Santi Abascal a gritar “libertad libertad sin ira libertaaaaaaad” y a pedir la dimisión del gobierno porque han creado este coronavirus en el sótano del chalet de Pablo Iglesias en Galapagar jugando con sus hijos al Quimicefa o hago lo único que sé hacer (escribir y reírme de todo)? Una vez más he optado por lo segundo. Así de irresponsable soy. Si fuera un patriota de verdad supongo que estaría haciendo la “kale borroka” con un polo de Valecuatro quemando contenedores porque este gobierno socialcomunista no me deja ver a mi madre en su 80 aniversario. Si es que soy un blando.


Mi madre, que atisbando sus 80 años entra en esa categoría que he definido de los de “para lo que me queda en el convento...”, o sea, que después de haber vivido lo que han vivido, guerra civil, posguerra, etc, no puedes encerrarlos en casa, porque quizás, y esto es es así de duro pero igual así también comprendemos porque hablamos de las cifras de las que hablamos en España (digo yo, ¿puede ser porque hablamos del país con mayor esperanza de vida del mundo?, pregunto, eh), este puede ser su último, penúltimo o antepenúltimo verano. Mi madre, como digo, ha sido la primera en comprender la situación y lanzarnos un mensaje de “quieto parao” y dejar claro que ni cumpleaños ni gaitas y que no quiere que nadie la vaya a ver ni reuniones ni más gaitas (gallegas, por supuesto), siendo ella más de derechas de Fraga me llena de cierto orgullo filial su aplomo y conducta tan responsable mientras los “chipiriflauticos” de Abascal andan haciendo el canelo enarbolando nuestra bandera porque al parecer nos ha secuestrado Pedro Sánchez, no la covid-19 (lo que hace vivir en un mundo propio e impermeable a la realidad que viven el resto de ciudadanos)


También es cierto, o creo percibir (a mi madre me remito) que ese adorable y relajante nihilismo pleno de sabiduría que alcanzan nuestros mayores somos sus allegados quienes no lo permitimos. Dicho así de claro y así de duro en román paladino: a mi madre le importa tres cojones cumplir 80 que 81 que 82 pero para mí sería un cataclismo y un terremoto emocional del que me costaría muchísimo recuperarme... porque yo sigo necesitando a mi madre (queriéndola, es obvio) pero digo bien, necesitando, sabiendo que sigue ahí, esa figura ascendente que me trajo al mundo y en que en cierta manera da sentido a mi vida, ¿si no qué sentido tiene que yo esté aquí?, y lo comprendo, e imagino que el día de mañana, ojalá sea así, yo tenga esa paz y tranquilidad y piense “me importa tres cojones lo que pase mañana, aquí os quedáis”. Al menos esto es lo que percibo yo y en realidad mi madre lleva tiempo engañándome y es como el Manuel Bueno Martir de Unamuno que no cree en nada pero ayuda a creer porque piensa que así el vecino será más feliz. No lo creo. Yo creo que mi madre tiene la grandísima suerte de tener fe cristiana (y esto lo digo sin ironia... ¡ojala la tuviera yo!)


Sea como fuere si mi madre no existiera habría que inventarla. Ya sea sólo porque su existencia y en este caso aniversario me sirve de excusa para escribir unas cuentas líneas más, oigan. Qué hablamos de una figura gigantesca mucho más allá de Winston Churchill o Sid Vicious. Ya sé que todo el mundo pensará lo mismo sobre la suya... pero... ¡es que esta es la mía!





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