sábado, 23 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XL): LA DERIVA IDEOLÓGICA Y EL ALCALDE











Llegado a la entrada número 40 de este particular diario de la pandemia, siendo ya un número imponente y casi definitivo porque en algún momento habrá que finalizar esto y asumir la llegada de esa “nueva normalidad” de eufemismo distópico, echo la vista atrás y recuerdo como la primera intención de este diario fue dejar por escrito las impresiones, pensamientos y reflexiones ante un acontecimiento desgraciadamente histórico y jamás conocido en la historia de mi generación y del mundo que particularmente he conocido en mis 47 años de vida. El desgraciado privilegio de vivir una bajo pandemia. En ese sentido nos encontrábamos ante un escenario de disección social y antropológica nunca antes visto en el que cabía, como así ha sido, todo lo relativo al hombre y la sociedad.


Observo como toda esta reflexión ha ido derivando cada vez más hacía el análisis y la crítica política, una materia en la que admito apenas estoy ducho. Yo, siempre lo he dicho, sé muy poco de política y de hecho me interesa muy poco. Si me interesa en todo caso y mucho todo lo que tenga que ver con la sociedad en la que vivo.


No han sido pocas las últimas entradas en las que el contenido principal ha sido político, con un evidente sesgo izquierdista del que no puedo renegar, pese a que siguiendo la habitual tradición de la desunida izquierda española la izquierda que yo llevo en mi corazón y mi conciencia (porque, una vez asumido que la izquierda en España no puede alcanzar nunca poder gubernamental por una especie de malditismo que merecería análisis aparte lo único que te queda es una cuestión de conducta personal) no es la izquierda verdadera, dogmática y de pureza de raza y sangre que pregonan los repartidores de carnets. No hay ningún drama en ello ni quiero que esto sea ningún alarde de ese victimismo del que tanto reniego. Es simplemente el precio a pagar por quienes liberamos nuestras opiniones al dominio público, que recibiremos palos por igual desde la derecha que nos ve como rojos comunistas peligrosos tanto como desde la izquierda que nos acusa de traidores por no seguir los sagrados dogmas de marxismo y comunismo. Nada nuevo.


Confieso que no me he sentido a gusto escribiendo sobre los disparates de Vox (estos al completo, no se salva nadie) o de Díaz Ayuso (dentro de un PP en el que por igual han ido conviviendo incendiarios y pacificadores... como suele suceder los primeros han recibido mayor foco), y sólo se me ocurre pensar que en plena crisis sanitaria, pisando sobre el delicado terreno al que nos ha llevado una infección hasta la fecha desconocida y al igual que mi organismo reacciona cada vez que un nuevo virus o bacteria amenaza mi salud física y mi naturaleza orgánica defendiéndose y atacando dicha amenaza (produciendo y liberando linfocitos o anticuerpos, por ejemplo), mi intelecto y raciocinio reaccionan de similar manera rebelándose contra los pirómanos quienes en un momento de responsabilidad y unidad lo único que pueden ofrecer a la sociedad es ruido, trueno y exabrupto. Y ver a parte de esa sociedad hacer seguidismo como en una nueva versión del cuento del flautista de Hamelin con la bandera (secuestrada una vez más por la ideología ultra) como único argumento me aterra y me indigna. Me queda, como digo, la defensa del consuelo del intelecto que viene al rescate.


En este escenario apocalíptico en el que lo de menos ya es vivir bajo una pandemia si no el derrocar una socialdemocracia que, salvo que algún historiador me lo rebata, ha sido el sistema que ha provocado el mayor periodo de paz y prosperidad en toda la historia de Europa, Pablo Casado y Santiago Abascal se abrazan en su fatuo baile de destrucción masiva exhibiendo la delirante carrera por ver quien revienta el barómetro de la ultraderecha. Apenas hemos reparado en su inquietante recurso de “dictadura constitucional”, amparado por algunos periodistas de “raza” (nunca mejor dicho) para seguir en su política de acoso y derribo al gobierno (porque la crisis sanitaria, créanme, es lo de menos ahora mismo desde esa bancada) ...hemos conocido a lo largo de la historia muchos tipos de dictaduras, monárquicas, militares, presidencialistas, caudillistas, y por supuesto fascistas y comunistas. Instalar en el debate político de la España de 2020 el término “dictadura constitucional”, poniendo en duda que precisamente el instrumento que marcaba un antes y después respecto a la única dictadura que han conocido varias generaciones de españoles (la nacional-católica del caudillo Francisco Franco), esto es la Constitución Española de 1978 deja claro el “delenda est” sobre la socialdemocracia que persigue Vox, clara y diáfanamente el partido más anticonstitucional del espectro político español. Sus intenciones muchos se las vimos a leguas desde el principio, más peligroso en todo caso es que el actual presidente del principal partido de la oposición, Pablo Casado, caiga en esas arenas movedizas que añoran la Europa anterior a la socialdemocracia, la de los totalitarismos y las dictaduras (fascistas o comunistas tanto da, lo dejo al gusto de cada radical)


En este incendio contrasta la figura de Martínez Almeida al frente de la alcaldía de Madrid, tanto que cuesta pensar que vive bajo las mismas siglas políticas que la presidenta de la comunidad Díaz Ayuso. Cierto es que no hay nada extraordinario en la gestión del alcalde de la capital de España, posiblemente porque al fin y al cabo un político no es un ser extraordinario ni tiene superpoderes ni una varita mágica con la que poder solucionar los problemas del mundo. Lamento desilusionar a quienes creen ciégamente que hay una verdad absoluta sobre sistemas políticos o económicos al margen de contextos, sólo tenemos los hechos (y la interpretación de los mismos que, lamento desilusionar de nuevo a quienes creen en verdades absolutas, tales interpretaciones son siempre subjetivas) y en ese sentido tengo claro que entre la Europa de esta socialdemocracia tan vapuleada y la Europa de Hitler y Stalin, me quedo con la primera. Ya digo, interpretación subjetiva (o dos dedos de frente)


Martínez Almeida ha visto crecer su perfil desde su posición de “underdog”, de no ser reconocido siquiera su nombre por un buen número de madrileños a ser uno de los políticos más valorados del momento. De ser más famoso por sus parecidos con Rick Moranis o Emilio Aragón y el desafortunado apelativo de “carapolla” a ganarse el respeto de incluso sus adversarios políticos (ejemplar Rita Maestre al frente de la oposición del consistorio madrileño) Su receta ha sido algo tan sencillo pero necesario como la sensatez y la responsabilidad. No es tan difícil. Hay quien se empeña en presentar al alcalde de Madrid como un verso suelto dentro del actual Partido Popular. Yo prefiero pensar que es al contrario, que los auténticos versos sueltos, que quienes no pintan nada en nuestra democracia y acabarán en el mayor de los olvidos y ostracismos por parte de los ciudadanos son incendiarios del calibre de Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo o la émulo de Donald Trump que preside la Comunidad de Madrid bajo el nombre de Isabel Díaz Ayuso.


Justifico la deriva ideológica de este diario pensando en esa suerte de autodefensa y de higiene mental que supone plantar cara a quienes su único ideario en esta crisis es cargarse al gobierno “socialcomunista” legítimamente constituído gracias a los votos de los ciudadanos españoles. A quienes aprovechan su posición en el Congreso para erigirse en nuevos inquisidores de una única verdad absoluta, patriótica y nacionalista. Como Zola, “j'accuse” a estos parásitos para quienes la pandemia no es una sino un “macguffin” hitchockiano con el que seguir cabalgando hacia la destrucción de nuestra socialdemocracia, sencillamente porque nunca han creído en ella. No se puede creer en la democracia cuando eres heredero de esa tradición del nacional-catolicismo cuya existencia se empeñan en seguir negando pese a tratarse de un movimiento sobradamente conocido y estudiado en este país nuestro tan reticente a barrer de una vez sus miserias. Es duro decirlo pero de mis dedos no salen si no el pensamiento de que los auténticos enemigos de España son estos quienes me la han secuestrado y constreñido y para quienes sólo existe una única manera de país en el que, lógicamente, no podemos caber ni por accidente cualquiera con una mínima veleidad izquierdista.


Esta es mi deriva ideológica y a la par que la defiendo me congratulo de encontrar en el alcalde de la ciudad en la que vivo y en la que estoy empadronado, por ende de la que soy actual ciudadano, a un político que ha sabido aparcar sus siglas políticas y no caer en la tentación de activar el rodillo destructor, actitud que nunca ha sido servida de manera tan fácil como en este momento.


En definitiva apelo a esa interpretación subjetiva de la que he hablado líneas arriba, sí, tan subjetiva como para considerar, no es tan complicado, que entre la Europa de Hitler y Stalin y la de la socialdemocracia me quedo con la segunda. Destruir siempre será más fácil que crear, criticar lo será más que aportar, echar por tierra el trabajo ajeno mucho más sencillo que arrimar el hombro para ayudar al vecino... sólo me queda rebelarme ante ello.



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