viernes, 1 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXIII): 1 DE MAYO












1 de Mayo. Día de reivindicaciones laborales. Es decir, vitales, ya que desde que fuímos expulsados del Paraíso estamos obligados a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Así se cuenta en el Génesis, en el relato de la creación del hombre, sin embargo no es hasta finales del siglo XIX (recordemos que se conmemora la huelga general estadounidense del 1 de Mayo de 1886) que comenzamos a hablar de “derechos de los trabajadores”, en realidad llevamos poco más de un siglo de avances en ese sentido con pasos adelante y algunos atrás (en España todavía duelen las dos reformas laborales de 2010 y 2012), avances que nunca olvidemos en cualquier momento pueden venirse abajo como un castillo de naipes. La reivindicación laboral por un trabajo digno y una relación justa entre los distintos protagonistas del sistema capitalista y productivo en el que vivimos sigue teniendo validez. Por supuesto.


Pero este 1 de Mayo del confinamiento y la pandemia nos sirve también para reflexionar, que al fin y al cabo es lo que más hacemos estos días intentando que nos lleven tales reflexiones a algún buen puerto (y desde luego un puerto común, o así debería ser por mucho que algunos sigan con el “¿qué hay de lo mío?” a lo Saza en “La escopeta nacional”) y darnos cuenta de las distintas realidades de nuestra sociedad, porque sí, queda muy bien decir eso de que el virus no conoce fronteras ni ideologías ni clases sociales, pero no, no es lo mismo como está afectando esto a un gran directivo de una empresa del IBEX 35 con un chalet en la sierra que al autónomo padre de familia de Usera que haya tenido que cerrar su pequeño bar con el que alimentaba y pagaba los estudios de sus hijos.


Hoy casi diríamos que podemos celebrar el Día Internacional del Teletrabajo, en vista de como muchos puestos de trabajo se han adaptado felizmente a ese nuevo escenario. Es una gran noticia como tantas empresas en un tiempo record (todavía recuerdo la infatigable jornada del 13 de Marzo en mi oficina hasta que pudimos irnos a casa, ya bien entrada la noche, con la certeza de que el lunes podríamos trabajar desde casa con las menores incidencias posibles), pero a la vez derrumba esa infame teoría de crear grandes ciudades empresariales obligando a los trabajadores a vivir en una endogamia propia de “Melrose Place”, donde llegas joven a tu nuevo puesto de trabajo en el que vas a hacer vida durante decenas y decenas de horas todas las semanas, donde tus tiempos de descanso serán consumidos en ese mismo lugar, donde trabajarás, comerás, descansarás y harás tus horas de ejercicio físico. Posiblemente te enamorarás porque eres joven y la única relación que tienes con el resto de seres humanos es en el trabajo. Quizás te cases e incluso si tienes hijos no hay problema porque tu empresa dispone de una magnífica guardería en tu mismo puesto de trabajo. Hemos asistido a esta locura en los últimos tiempos, a esta especie de “apartheid” laboral que no conduce si no a elevar todavía más las diferencias sociales. Con los sectores laborales tan estrechamente encerrados en si mismos se perpetúan todavía más las alternativas únicas que parecen ir asociadas a un determinado estrato social con cierto tipo de trabajo, y se pierde algo tan maravilloso como que un ingeniero con carrera se ponga a discutir de fútbol o política con el electricista del barrio tomando un carajillo en el bar de la esquina. Claro que el problema ahora es que no podemos tomarnos un carajillo en local alguno, pero al menos el teletrabajo viene a desmontar la idea de que ingresar en una determinada empresa se convierta en poco menos que unirte al Opus Dei.


Otra reflexión común estos días es la de los “puestos de trabajo esenciales”, con cierta demagogia y que puede ofrecer distintas lecturas según cual sea la bancada en la que uno está enrolado. Porque si bien es cierto que la crisis pandémica nos ha demostrado que un cajero de supermercado puede ser más importante ahora mismo que el dueño de una cadena hotelera, también hemos visto a los de la trinchera nazional-católica (cuyo comportamiento durante toda esta crisis en general está siendo el de un cante inmenso) celebrar que nuestros actores y actrices y otros personajes de la cultura hayan tenido que parar su actividad (volviendo al casposo calificativo propio de esa época franquista que tanto añoran de “titiriteros”) mientras que en la huerta se siguen plantando lechugas. Eso sí, sigue el “Sálvame” en la parrilla televisiva y además los “periodistas” de cabecera del nazional-catolicismo casposo están más “on fire” que nunca sacudiendo las redes con sus sesudos análisis políticos mientras señoritas en paños menores aparecen a lo lejos del plano, en la mejor tradición de las películas de Pajares y Esteso. Pero como digo lo de estos señores es dar el cante constantemente a ver si cae la breva y llegan hasta donde otros ilustres botarates del estilo de Trump y Bolsonaro lo han hecho.


No obstante es innegable, como bien afirma Héctor G. Bárnes en su blog“Mitologías”, reivindicar el “sentido social” de nuestros trabajos. Ahí es donde nos damos cuenta de que muchas de las cosas que hacemos para ganarnos el pan son simplemente para eso, para ganarnos el pan y no para el bien de la sociedad. Buscar ese sentido social en lo que hacemos debería ser algo reivindicable pero no sólo ahora, inmersos en una crisis que exige esa solidaridad y sentido social. Debería serlo siempre. Claro que yo no soy tan catastrofista, dado que considero que vivo dentro de un engranaje que funciona con cada uno de nuestros actos y si mi trabajo (y pienso en el mío en concreto ahora mismo) sirve para que a diario se muevan una cantidad de operaciones financieras creo que bien enfocado puede hacer que tengamos más recursos, mejor sanidad, y mejor sociedad. Personalmente creo que capitalismo y socialismo pueden convivir y que una sociedad de consumo no tiene porque ser en esencia “mala” si sabemos orientar y ver los beneficios de dicho consumo. Por eso yo lejos de alegrarme el hecho de que haya parado la industria del cine, o al menos del cine convencional, lo lamento. Al igual que pienso por ejemplo del deporte o tantas cosas que nos permitían vivir en un confortable estado evasivo que no tiene porque significar anestesia (ni mucho menos anestesia social) si no más bien al contrario rebelión. Recuerden que los antiburgueses más furibundos no escribían sobre política, si no que enorbolando la bandera del simbolismo reivindicaban la mitología, el paganismo o el satanismo, por ejemplo (hablo evidentemente de los rebeldes simbolistas franceses del “fin de siecle”) Precisamente una de los tópicos que hemos padecido quienes hemos intentado crecer con una cierta educación y sensibilidad cultural era escuchar eso de que la poesía o la música no valían para nada, ni siquiera incluso la filosofía. Ese cruento “para nada” buscando darle únicamente un valor material a nuestra educación, a nuestros actos, o nuestra vida siempre me pareció un argumento a derribar. Necesitamos una buena película o un buen partido de fútbol tanto como que haya un técnico de lavadoras en el barrio.


Feliz 1 de Mayo a todos los trabajadores y trabajadoras del mundo y hoy más que nunca desear (y alertar sobre ello) que esa tan cacareada “nueva normalidad” no signifique que en este transitar de avances de derechos laborales retrocedamos varios pasos. O dicho en castizo, que no lo paguemos los de siempre.



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