martes, 19 de mayo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXXIX): LA CACEROLA NACIONAL










Uno de los peligros evidentes del confinamiento era la posibilidad de la rebelión ciudadana, la insurrección ante el poder y la ley que dejase al descubierto la dificultad de gestionar una crisis de este tipo. Es evidente que salir a incendiar las calles en un momento como este es de una irresponsabilidad supina, pero que tal insurrección nazca del madrileño Barrio de Salamanca, una de las zonas más ricas (esto no es prejuicio, es realidad) de toda España, provoca un efecto tragicómico muy propio de la mejor tradición nacional.


La revuelta de los “cayetanos” (haciendo un guiño a Carolina Durante, la banda que décadas después de los éxitos de Los Nikis mejor han sabido representar al “pijofacha” español en sus canciones) ha provocado el habitual revuelo mediático en esta sociedad hiperactiva en redes sociales. Como creo que estos personajes y sus actos se definen solos, vamos a centrarnos de nuevo en la disección antropológica y social que nos muestra este disparate.


En efecto hay mucho más que denunciar una evidente irresponsabilidad en todo este circo. Es de nuevo la constatación de que la parodia y la caricatura de la España de la caspa es real y está más viva que nunca después de haber encontrado potencia electoral en Vox (el matrimonio Espinosa de Los Monteros-Monasterio ya se ha dejado ver en las manifestaciones) La España tardofranquista que trataba de insuflar modernidad a su nacionacatolicismo colgándole la bandera española a Snoopy y atándose su jersey al cuello. No se trata de que sean ricos o de cuantos números luzcan en su cuenta corriente. Mejor para ellos en todo caso. Se trata de la ostentación de un estilo, de casi una tribu urbana realmente aberrante para cualquiera que tenga un mínimo de buen gusto. No estamos hablando de Steve McQueen en la piel de Thomas Crown ni de Cary Grant en el papel de… bueno, en cualquiera de los papeles interpretados por Cary Grant a lo largo de su carrera. No se trata por tanto de dinero o posición social .Se trata del reflejo de una España momificada y carpetovetónica, de mesa camilla y crucifijos en los salones.


Luis García Berlanga, quien posiblemente con sus películas hiciese más dinero que la mayoría de los “cayetanos” arrojados a hacer la “kale borroca” con polos Valecuatro de estos días, retrató de manera magistral esta España en su trilogía de “La escopeta nacional”, comenzando con la película que le da título en 1978. En ella el gran José Sazatornil, interpretando a un empresario catalán, se introduce en un escenario de cacerías, aristócratas, ministros franquistas y curas del Opus Dei en busca de poder colocar su negocio de porteros automáticos a escala nacional. Con los dos trabajos posteriores, “Patrimonio nacional” (1981) y “Nacional III” (1982), Berlanga traza un relato entre 1972 y 1981 con estos personajes que lejos de admitir su anacronismo se rebelan ante la incipiente democracia y mantienen sus parcelas de poder a toda costa. Es la España que seguirá esgrimiendo “usted no sabe con quién está hablando” cada vez que un agente de tráfico le coloca una multa, o la que tira de apellido como mejor dato en su “curriculum vitae”. En aquella España de la transición y los abrazos, los maestros Berlanga y su inseparable guionista Azcona pusieron su granito de arena haciendo lo que mejor sabían: hacernos reír retratando nuestra sociedad.


El pasado domingo por la noche en la emisora COPE se tronchaban a mandíbula batiente de la portada ficticia de magazine ficticio que reproduzco a continuación. De la parodia y la caricatura, de esta España capaz de reírse de sí misma en estos momentos. Contrasta con la seriedad con la que un viejo buen amigo de correrías de antaño se ha tomado esta y otras tantas burlas del momento, acusándonos a quienes las reímos de caer en la cosa esa tan comunista del “odio al rico”. Me pregunto en que momento cambiamos el gesto para hacerlo adusto y si los límites del humor, que imagino que existirán, merecen ponerse en cosa tan absurda y banal como esta. En que momento, me pregunto, nos hemos vuelto todavía más serios y estirados que la mismísima emisora de la Conferencia Episcopal. Hay una canción del último disco de mi banda favorita, Airbag, titulada “El centro del mundo” cuyo mensaje estos días resuena en mi cabeza con más vigencia que nunca. La sensibilidad de las redes sociales con sus particulares microcosmos, cada uno con su única, imperturbable e inmutable razón.








Supongo que como en todos los órdenes de la vida los límites, o en todo caso la gracia (nunca mejor dicho en este caso), validez, éxito, o como lo quieran llamar (siempre desde un punto de vista subjetivo, claro, lo que para mí es válido y exitoso posiblemente sea una bazofia para una gran mayoría de mis congéneres) está en la calidad del humor. Comparto totalmente aquello que defendió Oscar Wilde en su tristemente juicio contra el Marqués de Queensberry (trístemente para él y su inmediato futuro, para la humanidad nos dejó algunos de los mayores ejemplos de ingenio y brillantez en una vida prolija en tales asuntos) sobre la moralidad o inmoralidad en la literatura, punto de visto que ya había dejado claro en el prefacio de “El retrato de Dorian Gray”. Tampoco debiera estar el humor sujeto a tal moralidad, si no únicamente expuesto a la calidad del mismo. En ese sentido creo que las obras de Berlanga y Azcona poco reproche pueden recibir.


Jaume Canivell, (“¿catalán?, separatista, ¿eh?” le espeta el cura interpretado por Agustín González al escuchar su nombre) el personaje interpretado por “Saza” en la saga “nacional”, busca medrar su empresa haciéndose “amigo” de los círculos de poder que se mueven alrededor de las cacerías de la finca del Marqués de Leguineche aún a coste de su bolsillo y de humillaciones varias (la cacería acaba siendo pagada de su bolsillo pero tiene que reconocer en público que ha sido el marqués el “paganini”) No sería extraño encontrarse varios “canivelles” estos días por las calles del Barrio de Salamanca exclamando “¿qué hay de lo mío?” al calor de los apellidos más ilustres de la ciudad, pero en vez de blandir una escopeta los verán (afortunadamente para todos) ataviados con una cacerola.



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