martes, 17 de marzo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (VII): COMPRAR EL AS, IR AL BANCO, PONERSE MECHAS.









Vivir bajo una pandemia es algo tan excepcional que cada día, cada hora que pasa, hace que el momento anterior resulte totalmente obsoleto. Eso hace que incluso las coñas tan españolas que estamos haciendo con motivo del covid-19 parezcan desfasadas de un día para otro.


Pero antes de que nuestro presidente del gobierno, Pedro Sánchez, matizase que las peluquerías sólo podrían realizar servicio a domicilio, las redes sociales y cadenas de whatsapp se inundaron de una gracieta que venía a suponer que vaya mierda de confinamiento este que te permite salir a comprar el As, ir al banco y visitar la peluquería para ponerte mechas. Ya expliqué el mismo sábado que yo mismo también recibí con extrañeza la noticia de que los profesionales capilares pudiesen abrir sus locales sin reparar en que ciértamente pudiera haber vecinos con limitaciones para poder hacer algo tan natural como simplemente lavarse la cabeza. Y entoné un “mea culpa” respecto a la falta de empatía que habitualmente padecemos los ciudadanos digamos sanos, incapaces de comprender otras realidades, otras necesidades. Ni por asomo hubiera podido pensar tal cosa y caí, como tantos, en que lo más fácil es que se tratase de otra boutade del mandamás de la Moncloa, o que quizás su socio Pablo Iglesias tuviese necesidad de dejar su hermosa coleta al cuidado de manos profesionales (esa coña fue la que ideé yo, que también tengo lo mío)


Pero coñas aparte, dentro de este magnífico (a nuestro pesar) experimento sociológico que supone el ser víctimas de la pandemia y el ser testigos en primera persona del mayor acontecimiento a nivel global desde la II Guerra Mundial, tratar con ligereza esta y cualquier medida del estado de alarma como si se tratasen de humoradas nada meditadas y todo esto fuese un gigantesco chiste, es un ejemplo más de que pocos refranes españoles tienen tanto tino como el de “piensa el ladrón que todos son de su condición”. Un pensamiento mínimamente crítico consideraría que cualquiera de las actividades comerciales que permanecen vigentes lo hacen para casos de auténtica necesidad, no para estúpidos caprichos. Pero imagino que es más fácil pensar que nuestro vecino, preferiblemente “progre” y sociata, está en la calle todo el día pasándoselo en grande y haciéndose mechas mientras sus abnegados compatriotas hacen un ejercicio de responsabilidad sólo propio de los buenos españoles, los de la pureza de sangre. Y es que muy posiblemente en realidad eso lo que estamos deseando todos, el buscar ese subterfugio, ese agujero legal por el que saltarnos a la torera el estado de alarma y volver a tomar las calles de nuestro país, pero eso sí, echándole la culpa al otro.


Aunque de eso ya tendremos mucho de lo que hablar, de como nos vemos los vecinos ahora mismo, unos a otros y otros a unos. Porque ciértamente, creo que ni el más avezado antropólogo o el más reputado sociólogo pudiera haber imaginado un experimento mejor para calibrar el comportamiento humano que el escenario que nos está brindando esta crisis del coronavirus.









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