domingo, 29 de marzo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XVI): CACHITOS DE RED Y CANASTAS












El canal público Teledeporte se ha convertido en estos días del confinamiento en un poderoso aliado para todos los amantes del deporte. Con prácticamente todas las competiciones aplazadas a lo largo del globo, la cadena pública española resurge gracias a lo único en lo que es todavía superior a las privadas: el archivo.



En una sociedad de libre mercado y de ley de oferta y demanda es comprensible que la televisión de todos se haya quedado atrás y no compita con el resto de grandes cadenas por los derechos de los grandes acontecimientos deportivos. Me parece bien. Que se gasten nuestro dinero en otras cosas. Peor me parece, hasta el punto incluso de indignarme, que siga la fiebre de “Cachitos de hierro y cromo” como una de las grandes bazas de RTVE tirando de su potentísimo archivo y sin apostar apenas por jóvenes bandas actuales más allá de los Conciertos de Radio 3, a horas intempestivas y con nocturnidad y alevosía. Sinceramente, ¿cuánto puede costar volver a hacer un programa del estilo de Plastic?, poner a un par de fulanos haciendo el gamberro y presentando a unos jóvenes punks que acaben de sacar un EP con Family Spree Recordings. Si hace falta yo me ofrezco a ser uno de esos fulanos, y gratis además.



Pero bueno, estábamos con el deporte. Entre clásicas reposiciones de etapas del Tour de Francia a la mayor gloria de Perico e Indurain, partidos míticos del denostado balonmano o históricos encuentros de fútbol, a mí los ojos se me van a los partidos de baloncesto. Y en este revivalismo histórico constato de nuevo la realidad de la travesía en el desierto que sufrió mi deporte favorito especialmente durante la década de los 90 y parte de este siglo XXI. Nunca he compartido la nostalgia que padecen los aficionados que muy posiblemente no sigan el baloncesto actual, deporte que vive uno de los mejores momentos de su historia. Si comprendo el recuerdo a la mayor parte de la década de los 80 por parte de mi generación, los jugadores con los que crecimos y que practicaban un baloncesto de ritmo naturalmente alto en el que lo que se buscaba era profanar el aro rival cuanto antes. Con el paso de los años las pizarras de los entrenadores fueron frenando la velocidad de los jugadores, especialmente los exteriores, obligados a botar el balón mientras el reloj de posesión consumía los segundos y las defensas rivales cada vez estaban más formadas. Si en aquel baloncesto triunfaban las defensas no es porque se defendiera más y mejor, si no simplemente porque alargar los ataques, lejos de asegurar mayor éxito ante el aro rival, permitía a los equipos armarse mejor atrás y dejar menos espacios a los atacantes. Un desastre que echó a los espectadores de los pabellones.



Y así, con diferencia, los peores partidos de estos días han sido los de la década de los 90, mientras que encuentros como la semifinal del Eurobasket 83 entre España y la extinta URSS o la final de Copa ACB de 2008 entre Joventut Badalona y Saski Baskonia nos recordaron ese baloncesto en el que los principales protagonistas eran los jugadores y no los entrenadores y sus tácticas. Y en ese juego de vértigo y regocijo ha sido un placer ver la evolución del base español, desde Corbalán anunciando su precoz alopecia con los cuatro pelos de su melena agitándose en los contraataques embutido en sus muy cortos pantalones ajustados, al Ricky Rubio adolescente del Joventut con flequillo beatle y pantalones casi hasta los tobillos. Dos genios, dos estilos, dos estéticas, pero un baloncesto similar en cuanto a ritmo y filosofía. En eso hemos ganado respecto a los 90.








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