miércoles, 18 de marzo de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (VIII): TODOS SOMOS ROBINSONES









Si el ser humano es de por si una paradoja, la pandemia no hace si no acrecentar esta cualidad cuando nos vemos obligados al aislamiento para así demostrar nuestra fuerza en conjunto. Manifestamos el poder grupal en la soledad de nuestros habitáculos. No es la única paradoja cuando vemos hasta a los más acérrimos defensores del anarcoliberalismo ahora entonar los ojos llorosos a ese “papá estado” del que tantas chanzas otrora hacían, sabedores de que el habitual “sálvese quien pueda” es un papel tan mojado como esa charlataneria de superficial mercadotecnia que habla del valor del emprendedor y de como tanto los millonarios como los pobres han llegado a tal rol por propio merecimiento. Muy interesante a ese respecto la reflexión de Jesús G. Maestro sobre las diferencias a la hora de luchar contra el covid-19 por parte de los países de tradición católica (España o Italia) frente a los de herencia protestante (Estados Unidos o Gran Bretaña), y el sentido social de los primeros en contra del desamparo de los segundos, defensores de una especie de “ley del más fuerte”, aunque ya decimos que paradójicamente estos últimos han reculado en sus propuestas y hasta el propio Donald Trump de manera inaudita (pero responsable) ha admitido cuan equivocado estaba.


En esta paradoja en la que para demostrar que ningún hombre es una isla nos hemos convertido todos en robinsones, en naúfragos confinados a las ínsulas de nuestras casas, me ha llamado la atención observar como ciértamente el papel higiénico se ha convertido en preciado objeto del deseo pero las baldas de higiene personal, al menos masculina, apenas han notado el impacto del coronavirus. Me refiero a productos tan indispensables como champús, geles, espumas de afeitar y sobre todo desodorantes. Comprendo la importancia de tener el culo limpio (aunque se tenga la boca sucia) y sé de lo incómodo que puede resultar llevar un pastel debajo de tu espalda, pero considero igualmente molesto, por mucho que uno esté confinado en casa, el pasar días sin una buena ducha, lavado, perfumado, peinado, afeitado... confirma esto la tragedia de que para mis congéneres la “comodidad” hogareña consiste en el desarreglo, el desaliño y el desafecto con la estética. Y un mundo sin estética es incluso peor que un mundo con coronavirus.


Temo por tanto el día en que las autoridades anuncien que esto haya acabado y que podamos tomar de nuevo las calles, los bares, las salas de cine o las librerías. Siento escalofríos pensando el paisaje humano que pueda encontrarme, la plaga de sucias cabelleras y barbas cuales parques de atracciones para piojos. Y si la imagen se me antoja dantesca peor todavía es imaginar el fétido aroma que posiblemente acompañe tales especímenes.


Eso sí, todos con el culo bien limpio.










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