sábado, 4 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XIX): YOU CAN'T STOP THE MUSIC










Pues no. Como cantaban los inefables Village People, ni tú ni nadie puede parar la música. Una música que bien puede ser un hermoso aliado o un insoportable enemigo en estos días del confinamiento. Y es que llegados a este punto una vez más el fascista que llevo dentro únicamente florece en este tema. Ni patrias, ni política, ni religiones, ni fútbol. El fascista que yo llevo dentro sólo sale cuando hay que hablar de música.



Y es que si en los últimos años hemos visto una proliferación de pinchadiscos invadiendo las cabinas de algunos de los bares de rock'n'roll más míticos sin apenas contar efectivos en su colecciones, o peor todavía, directamente sin colección alguna y recurriendo a elementos digitales, ordenadores portatiles, tablets o unidades usb (lo que coloquialmente llaman “pincho”), esta “democratización” de los pinchadiscos adquiere todavía un significado más perverso con centenares de vecinos martirizándonos desde sus balcones demostrando su pésimo gusto musical, o con presuntuosas exhibiciones de narcisismo a través de vídeos en redes sociales en los que al suplicio auditivo hay que sumar en no pocas ocasiones el delirio estético de la imagen. Porque ya me dirán ustedes la gracia de ver a fulano o mengano pinchando en calzoncillos después de cinco días sin ducharse y con barba de una semana. En esta legión de torturadores musicales caben todos, lo mismo quienes llevan toda la vida comprando unos discos para los que ya no quedan rincones en sus casas que los que desde que apareció la cosa esta de internet no se han comprado ni un solo disco ni han gastado un solo euro en música, señal de lo que les interesa realmente esa disciplina artística. No compran música porque no les importa la música, ni los discos, ni las bandas, ni los sellos, ni las salas, ni los promotores, y les da exáctamente igual que el mundo de la música mueva millones o no mueva ni un céntimo. No es su guerra. Nunca les ha interesado y a estas alturas ya no les interesará, pero mientras puedan seguir dándole a un botón para tener el último tema de moda seguirán diciendo que sí, que les gusta la música, que escuchan mucha música, de todo tipo, y que posiblemente les gusta “toda la música". Desconfíen inmediatamente de quien hace tal afirmación y tengan la completa seguridad de que se encuentran frente a un zote sin oídos cuyos conocimientos sobre el mundo de la música tiene el mismo peso que el de Jair Bolsonaro respecto al covid-19.



Pero ahí les tienen, manteniendo alta la moral de la tropa sin que nadie les haya pedido que acudan en nuestro socorro. El himno nacional a todas horas, el “¡Qué viva España!” de don Manolo, el sempiterno y recurrente Sabina, pseudocantautores de todo tipo y pelaje, y como no, reaggeton a todo trapo para que sigamos moviendo el cucu en el salón de casa y que papi le siga dando gasolina a mami. Dejo para un comentario aparte lo del “Resistiré” de Manolo y Ramón, aka el Dinámico Duo... denarrrrrrrrrr porque el nivel de indigestión al que hemos llegado con las mil versiones del dichoso tema amenaza con destrozar todos los registros de ignominia conocidos en el pachangueo musical, canciones de verano, y éxitos de radio-fórmulas... desde Georgie Dann hasta el ridículo “Despacito” pasando por el grotesco coreano aquel que nos martirizó durante un tiempo y del que afortunadamente no recuerdo su nombre (a decir verdad nunca lo supe), nada se puede comparar a la sobresaturación que estamos viviendo del himno oficioso de la pandemia en España en poco más de dos semanas.



Siempre he dicho que por lo general en este país la música importa más bien poco. Es simplemente un acompañamiento para planchar las camisas o freír unas croquetas. Un kleenex de distracción sonora con el que sonarte la cera de las orejas, de usar y tirar. Ahondar en lo que ahí detrás de ese mundo interesa bien poco. Si usted sale a la calle (bueno, ahora no, cuando se pueda) y comienza a preguntar a los viandantes que se encuentra a su paso quien es Josele Santiago quizás con suerte después de unos 20 transeúntes alguien le de la respuesta. Y eso Josele. Pruebe a preguntar por Paco Poza y si un peatón de cien con los que se cruce le sabe decir quien es y el título de alguna de sus canciones puede usted abrazar una farola en señal de alegría y en homenaje a José María García. Esto por citar los dos primeros nombres que se me han venido a la cabeza de dos tipos que escriben canciones enormes como soles dentro de un país que atesora una calidad musical extraordinaria con grandísimos compositores, fantásicas bandas, y muchísima y muy buena gente de música... pero con una cultura general pobre, paupérrima, por parte del común de los ciudadanos.



Y esa cultura pobre y paupérrima cobra triste y gris reflejo en estos días de pandemia que han transformado nuestros balcones, terrazas y ventanas en auténticas salas de tortura que ríase usted de Guantánamo.



Por favor, sólo por unos días, pero que alguien pare la música.










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