sábado, 25 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXX): PARA LO QUE ME QUEDA EN EL CONVENTO...









Seguro que se acuerdan de aquella célebre canción de Serrat que dice lo de “niño, deja ya de joder con la pelota, niño, que eso no se dice, que eso no hace, que eso no se toca”. Aquel “Esos locos bajitos” tiene una particular versión ahora con nuestros mayores, “esos locos viejitos”, irresponsables e inconscientes que buscan desesperadamente excusas para ser acariciados por los rayos de sol.



Siempre ha habido algo de retorno a la niñez en la ancianidad, evidentemente el azote de la demencia tiene mucho que ver en la mayoría de los casos, pero también es comprensible que si el mundo está ahí para que se lo coman los jóvenes, quienes fueron jóvenes hace muchos años quieran pegarle los últimos bocados antes de despedirse.



Posiblemente de todo mi entorno la persona que está demostrando menor preocupación y miedo ante la pandemia sea mi madre, con sus casi 80 años. Dentro de ella hay unas considerables dosis de estoicismo y resignación cristiana, pero también esa tranquilidad de tener, digamos, los deberes hechos en esta vida. Tengo la sensación de que mi madre posee el liberador sosiego de no temer a la muerte. Yo no puedo decir lo mismo, yo si temo la muerte, pero sobre todo la de ella.



Intento comprender por tanto a toda esa gente mayor que parece vivir en un mundo aparte al nuestro. Sin redes sociales ni televisión de pago, los veo con la admiración que merece contemplar al único sector de la población realmente libre y que no ha vendido su privacidad ni se ha metido en la gigantesca casa de Gran Hermano global que es el mundo actual. Nuestros mayores se han convertido en los mayores adalides de la libertad a la vez que en los nuevos rebeldes sin causa, en los nuevos punks nihilistas que bajo el lema “no future” quieren tomar las calles y saltarse las normas de confinamiento.




Y es que de hecho para muchos de ellos lo de “no future” posiblemente sea literal, sabedores de que cada verano ya puede ser el último (en realidad este pensamiento no conoce edad... cualquier día puede ser el último, y precisamente por eso hay que disfrutar cada día como si lo fuera) es muy difícil hacerles partícipes del sacrificio actual. Imagínense que les dicen que les queda un año de vida. Su primer pensamiento posiblemente sería intentar hacer todo aquello que no ha podido a lo largo de su vida y siempre ha deseado. Viajar a algún lugar en concreto, darse un capricho en algún restaurante caro, acudir a algún acontecimiento deportivo en algún escenario mítico, disfrutar de algún festival cinematográfico, musical, teatral, que siempre estuvo en la agenda, coger un tren para visitar a un viejo amigo o familiar con el que perdiste contacto o directamente te pillaste una pelotera tremenda por un quítame allá esas pajas, hacerte una foto con Espinosa de Los Monteros o ponerte ciego de farlopa y whiskie. Pero acto seguido su segundo pensamiento le llevará a la realidad de que no hay viajes, no hay restaurantes, no hay cines, no hay teatros, no hay salas de conciertos... desolador, ¿verdad?, al menos que le dejen darse un paseo bajo el sol. No hay nada más triste que ver como te echan del convento y ni siquiera poder cagarte dentro. ¡Y encima sin fútbol!




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario