sábado, 18 de abril de 2020

DIARIO DEL CORONAVIRUS (XXVI): LA CIGARRA Y LA HORMIGA 2.0










Entre la catarata de noticias pandémicas a las que asistimos a diario me ha llamado especialmente la atención una pequeña historia sucedida en la lejana Australia por todo lo que refleja sobre la condición humana en medio de este inmenso escenario que sirve de gigantesco laboratorio para el análisis y la disección de nuestra especie humana.



Un anónimo ciudadano del país de los canguros fue acumulando cual laboriosa hormiguita rollos de papel higiénico en su casa hasta alcanzar la cifra de al menos 4800 de estas indispensables piezas de higiene casera. Ese es el resultado de multiplicar los 150 paquetes que el individuo en cuestión intentó devolver al establecimiento del que los adquirió por los 32 rollos que contiene cada paquete. Digo al menos porque imagino que el buen señor se habría dejado algo en su domicilio para limpiarse su majestuoso culo. Por si fuera poco el acopio de celulosa para el cuidado anal este previsor ciudadano, seguidor ejemplar de las enseñanzas de Adam Smith, David Ricardo y demás teóricos de la ley de la oferta y la demanda, se hizo además con la cantidad de nada menos que 150 litros de ese gel desinfectante de manos que tan popular se ha hecho, por desgracia, en las últimas semanas. El afán que motivó a nuestro protagonista no fue el de la supervivencia de la tersura de la piel de su culo si no la intención especulativa cual usuario de Discogs que se hace con toda la tirada del nuevo single del Tito Ramírez para luego revender las copias a precios abusivos, si bien el especulador discográfico juega únicamente con el pequeño hedonismo y sensación de placer que a cualquier coleccionista de discos nos procura el seguir adquiriendo piezas para poblar nuestras estanterías, en este caso estamos hablando de la obscenidad de aprovecharse gracias a las necesidades más básicas en un momento de crisis.



A todas luces su actitud parece inmoral, impropia de un ser humano que en un episodio excepcional en el cual deberíamos poner todos nuestros esfuerzos en salir adelante como una especie con afán de supervivencia busca el lucro y beneficio personal, pero por mucho que nos empeñemos en ver esta noticia como una anécdota aislada me temo que refleja la realidad de que en tiempos de crisis y necesidad hay quien busca la oportunidad, resucitando el viejo fantasma que tanto recordarán nuestros mayores del estraperlo, comerciando con bienes de primera necesidad que puedan resultar escasos. No hay más que comprobar los precios a los que las farmacias están vendiendo las simples y endebles mascarillas quirúrgicas para darse cuenta de que hay mucha gente que está haciendo negocio con esta pandemia.



Una de las mejores, a mi juicio, secuencias del cine español del siglo XXI la encontramos en “Los lunes al sol” (el drama de León de Aranoa sobre la realidad del paro en nuestro país en la España de Felipe González de finales de los 80 y primeros 90), cuando Javier Bardem en otra de sus gigantescas interpretaciones lee a su hijo la fábula de la cigarra y la hormiga, ese cuento que en nuestra más tierna infancia nos inculcaron como ejemplo de lo importante de la previsión materialista y la acaparación de bienes materiales (como si los intelectuales fuesen despreciables) A medida que el personaje interpretado por Bardem avanza en la fábula se da cuenta de lo perverso de la moraleja del relato, para finalmente estallar cuando comprueba que la desalmada hormiga no da cobijo en invierno a la pobre cigarra que se muere de frío. Efectivamente, la hormiga, como bien dice el protagonista de la secuencia, es una “hija de puta y especuladora” que deja morirse de frío a la cigarra a la puerta de su casa simplemente porque no trabajó en verano como ella. Nosotros no somos ni cigarras ni hormigas, somos seres humanos, y nadie debería especular con nuestra necesidad en tiempos de crisis. Precisamente porque somos humanos y no tenemos ningún determinismo ni conductismo animal. No nacemos ni capitalistas ni comunistas, ni liberales ni socialistas, ni especuladores ni solidarios. Somos responsables de nuestros actos y tomamos nuestras propias decisiones. Tenemos nuestra propia ética y moral. Y según esa propia ética y moral podemos abrirle la puerta a la cigarra y darle cobijo y calor en invierno o dejarla morir en la puerta porque ella se lo ha buscado.



Al protagonista de nuestro relato tristemente real le ha salido en este caso el tiro por la culata, o mejor dicho por ese culete suyo que le va a quedar más limpio que una patena con esos 4800 rollos de papel higiénico acumulados en su domicilio, ya que el supermercado donde los adquirió en buena lógica no vio procedente la devolución del material, pero al igual que resulta incomprensible que en un partido de fútbol se sancione el lanzamiento de objetos al campo únicamente cuando alguno de los deportistas (árbitros incluidos, que también son deportistas) recibe un impacto, como si se sólo se tomase en cuenta la puntería y no la intención, el escarnio sufrido por el sujeto no debería hacernos obviar la moraleja que se esconde detrás de esta versión actualizada, pandémica y del siglo XXI de la fábula de la cigarra y la hormiga. La ley de la jungla neoliberal, la del más fuerte y del que más tenga, sean rollos de papel higiénico o fajos de billetes de euros, y el que no tenga que se las apañe y se muera de frío como la cigarra o pague una cantidad indecente por un rollo de papel higiénico, un bote de gel desinfectante, o una mascarilla de papel. El ingenio lucrativo avivado una vez más por una crisis, en este caso sanitaria. La solidaridad luego, si es que queda hueco en la cabaña de la hormiga.











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